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PORTAL ALCOZAR

MUSEO TEXTIL - EL PROCESO DE LA LANA

MUSEO TEXTIL ALCOZAR (Nº 1)

 

 

La economía de Alcozar estuvo basada durante siglos en la agricultura y la ganadería. El ganado lanar, al tiempo que proveía de carne y pieles, incrementó, a través de la venta de la lana, los escasos recursos con que contaba una familia media. En los tiempos de mayor auge nueve rebaños se repartían los pastos alcozareños. Cada rebaño quedaba al cuidado de un pastor, que a veces era ayudado por algún miembro de su familia o la de alguno de sus amos en calidad de borreguero. Los propietarios que poseían el mayor número de cabezas, que se denominaban amos mayores, ajustaban al pastor y permitían que agricultores con unas pocas ovejas unieran éstas a su rebaño.

 

Con el fin de reconocer sus ovejas, cada propietario les hacía una marca en la oreja o poseía su propio marcador, generalmente con una letra mayúscula, que, impregnado en pez, dejaba su señal en la lana de la oveja hasta que era esquilada.

La lana se utilizó para rellenar colchones y almohadas, para todo tipo de indumentaria tanto masculina como femenina, para confeccionar mantas, alforjas, talegos... Los pellejos evitaron que las orinas de los niños calaran los colchones, y la lana fue utilizada por las mujeres hasta para aumentar el volumen de sus tradicionales moños.

 


 

MUSEO TEXTIL ALCOZAR (Nº 2)

 

 

En el mes de junio se procedía al esquileo para evitar que el exceso de lana sofocara a las ovejas. Eran sus propietarios quienes realizaban este trabajo, en el que también participaban las mujeres, aunque en algunas épocas se contrató a cuadrillas de esquiladores profesionales para realizar esta labor. Se encerraban las ovejas en algún corral y se procedía a esquilarlas bajo la “tinada”. Cada esquilador cogía una oveja, la tumbaba en el suelo y trababa sus cuatro patas para que no se moviera, atándolas preferentemente con una media de nylon para evitar lastimarla.

Se esquilaba siempre con tijeras debidamente afiladas y se guardaban una vez acabada la faena impregnadas de aceite para que no se oxidaran; podía colocarse un alambre en la punta para que permanecieran cerradas hasta el año siguiente o se ataba una de las medias que se había utilizado para trabar las patas de las ovejas.

Había dos tipos de tijeras: las de herrero y las de muelle. Las primeras, como su nombre indica, las hacían los herreros en las fraguas, tenían la forma tradicional y solían llevan su marca o las iniciales de su nombre y apellido. Se podían enrollar unas tiras de tela para evitar lesionar las manos de los esquiladores y que se les formasen ampollas. Las de muelle, con un sistema de corte diferente, se compraban en San Esteban de Gormaz.

Dos condiciones caracterizaban al buen esquilador o esquiladora: evitar producir heridas a la oveja y que el vellón de lana no se rompiera. Los pequeños trozos que se despendían de las patas y el cuello se denominaban “vedijas”, y se utilizaban para rellenar almohadas.

 


 

MUSEO TEXTIL ALCOZAR (Nº 3)

 

 

Concluido el esquileo, se procuraba vender toda aquella lana que no fuera destinada al consumo familiar y se esperaba a que acabaran las tareas de la recolección para dedicar un día completo a lavar en el río Duero la que se emplearía durante el año en diversos usos. Se metían los vellones en el agua y, puestos sobre las losas, se apaleaban con varas. Las largas trasnochadas de invierno se aprovechaban para escarmenar y desprender las pequeñas pajas o hierbas secas que se hubieran adherido a la lana mientras las ovejas pastaban por el campo. Era una tarea paciente que solían desarrollar las abuelas al amor de la lumbre. Una vez la lana estaba limpia, se procedía al cardado. Las cardas se cuidaban con esmero y cardar bien no dejaba de ser un arte que requería cierta habilidad. Había que poner un puñado de lana entre ambas cardas, coger una con cada mano y hacer que sus púas fueran desfibrando el copo. Un bote vacío de tomate con un poco de aceite y una pluma de gallina servían para engrasar las cardas cada vez que las púas comenzaban a encallarse. Una especie de ladrillos de hueca lana eran depositado en un cesto de mimbre hasta acabar esta labor.

 


 

MUSEO TEXTIL ALCOZAR (Nº 4)

 

  

Limpia y cardada, la lana quedaba preparada para ser hilada. Se cogía un copo y se colocaba alrededor de la rueca, sujetando ésta en algún hueco de la pared o en el respaldo de una silla o “taurete” para que no se moviera al hacer bailar el huso. Se iba haciendo la hebra estirando con ambas manos, procurando que quedase de un grosor homogéneo y que no se rompiese. A continuación se hacía girar el huso con una mano, se sujetaba la hebra con la otra, y se iba enrollando la lana hasta que la husada (ovillo que se formaba alrededor del huso) comenzaba a pesar y a ser poco manejable. Ese era el momento en el que debía sacarse la husada y comenzar una nueva. El huso de hilar lleva una pequeña muesca en su extremo superior para que la lana quede sujeta mientras se prepara una nueva hebra.

 

Para dar mayor consistencia a la lana, ésta se sometía al proceso de torcido. Para ello se ataban los cabos de dos ovillos o husadas, se daban dos o tres vueltas alrededor del huso (el de torcer no lleva muesca en el extremo superior) y se hacían tres lazadas. Se hacía bailar el huso con ambas manos para que las dos hebras quedaran entrelazadas y torcidas. A continuación se deshacían dichas lazadas y se procedía a hacer un ovillo con la lana de esta nueva husada. El proceso se repetía hasta que se acababa toda la lana previamente hilada.

La lana hilada en casa se utilizaba en la confección de buena parte de la indumentaria tanto femenina como masculina que era obligado usar en los largos meses de invierno: medias, “piales”, chalinas, refajos... A veces se teñían las prendas con hollín, tomando éstas un color crudo intenso; en otras ocasiones, para ropas más vistosas, podía hacerse con papeletas de tinte Iberia de vivos colores.

 


 

MUSEO TEXTIL ALCOZAR (Nº 5)

 

 

También se podía hilar con máquina, denominada rueca, pero no todas las alcozareñas disponían de este sencillo y útil artilugio. Y el proceso de elaboración de la lana no acababa aquí. Las husadas pasaban a convertirse en ovillos. Los ovillos, prietos y bien conformados se guardaban hasta que se disponía de tiempo suficiente para dedicarse a hacer calceta. Si, por ejemplo, lo que se pretendía era tejer unos “piales” o unas soletas para remendar la planta o el “carcañal” de unas medias, la lana se empleaba directamente del ovillo, pero si la prenda, como era el caso de los vistosos refajos o las calzas para los gallos, iban a ser teñidas, se procedía a hacer madejas, para lo que se utilizaban las aspas.

 

Las aspas consistían en un palo de grosor medio atravesado por un orificio en el extremo superior y otro en el inferior. Otros dos palos más delgados se introducían por dichos orificios de forma que quedara el uno de derecha a izquierda y el otro de frente. Para hacer las madejas se iba pasando la lana alternativamente por ambos palos y, una vez acabada, se ataban todas las hebras para que la madeja no se deshiciera. De esta forma, si se deseaba teñir la lana, el color quedaba mucho más uniforme que si se hubiera hecho con un ovillo.

Para devanar las madejas y convertirlas de nuevo en ovillos antes de comenzar a tejer una determinada prenda,  existía otro rudimentario artilugio denominado devanadera, pero las mujeres preferían recurrir a uno de sus hijos o a alguna vecina que, con los brazos separados para que la madeja se mantuviera tensa, debían soportar estoicamente hasta que veían aparecer el cabo de la lana.

 


 

MUSEO TEXTIL ALCOZAR (Nº 6)

 

 

Las mujeres tejían ellas mismas muchas de las prendas de lana. Destinaban los meses de invierno, durante los que no se veían obligadas a trabajar en tareas agrícolas, para hacer “piales”, jerséis, gorros, chalinas, medias... La labor nunca faltaba en sus manos cuando disponían de un momento tras cuidar de los hijos, alimentar a los animales domésticos, arreglar la casa, lavar la ropa... Incluso hacían calceta mientras charlaban en la calle con sus vecinas, llevando el ovillo en una pequeña cesta colgada del brazo.

 

Para la confección de paños había que llevar la lana hilada a un batán. Los batanes, movidos por fuerza hidráulica, consistían en grandes mazos de madera que golpeaban con fuerza la lana con el fin de desengrasarla y dar mayor consistencia a los paños. El paño podía ser más o menos grueso dependiendo de la prenda a que fuera destinado.

 

Del batán salían desde los tejidos recios con los que se confeccionaban capotes, anguarias, mantas para los machos, alforjas, talegos, hasta los más finos que se transformaban posteriormente en vistosas sayas o elegantes capas. Era habitual que en cada pueblo residieran uno o más sastres que cortaban y cosían las prendas de la indumentaria que lucían tanto hombres como mujeres los días gordos y fiestas de guardar y que con frecuencia pasaban de una generación a otra.

Con algunos vellones se hacían los colchones buenos. Se apaleaba la lana para que quedase hueca, se extendía un corte de tela de colchón en el portal y se pasaban las bastas para que la lana quedase convenientemente repartida, cosiendo a continuación los cuatro lados.

 

 


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