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EL BAUTIZO (II)

por Elena Aparicio de Andrés y Catalina Aparicio Pastor (1995)

 

 

 

En Alcozar, dada la alta mortandad infantil que existió hasta la década de los cuarenta, se solía bautizar a los niños a los pocos días de su nacimiento.

En la mayoría de los casos la ceremonia del bautizo tenía lugar en la iglesia parroquial y corría a cargo del cura párroco. Sin embargo, no eran raros los casos en los que la misma mujer que actuaba como partera o comadrona que era cualquier vecina o algún miembro de la familia se vieran en la necesidad de derramar el agua bautismal sobre la cabeza del recién nacido por temer su muerte inmediata.

Así, hemos encontrado entre las partidas inscritas en los libros parroquiales de bautismo anotaciones como las que siguen:

año 1852 / Agustina: Bautizada "urgente necesitate" por su abuelo materno.

año 1852 / Macabea: Bautizada "sub conditione", hija de padres incógnitos.

año 1853 / Estanislao: Recibió agua de socorro por D. Cosme Monje, cirujano de esta villa.

año 1872 / Ezequiela: Bauticé "sub conditione" a una niña que se halló a la puerta de Ambrosio Rejas[1].

A veces, como ocurrió en el caso de Pedro Aparicio Muñecas (abuelo y padre de quienes esto escriben y nacido el 18 de mayo de 1892) se hace constar en la partida de bautismo: "bauticé "sub conditione" a quien "urgente necesitate" echó agua de socorro en un brazo Francisca Alonso". Al parecer, el sacerdote no aprobó el primero y procedió a un segundo bautizo en la iglesia.

En los libros correspondientes al año 1852 también se hace constar que: "entre los derechos parroquiales que actualmente existen en esta Parroquia de San Esteban Protomártir de Alcozar (...) de bautizar y extender la partida tiene el párroco una gallina".

Esta costumbre de entregar una gallina al señor cura continuó vigente en Alcozar hasta bien entrados los años cincuenta.

Los padrinos solían ser predominantemente los abuelos y, en el caso de familias numerosas muy frecuentes en Alcozar se recurría al resto de la parentela para los últimos hijos.

Así mismo, se imponía a los niños el nombre de algún abuelo, del padre o de la madre, con lo que todos los chicos acababan respondiendo a un diminutivo empleado para establecer una diferencia y aclarar a qué persona se estaban refiriendo en un momento determinado. En consecuencia, abundaban en Alcozar los niños con nombres como: Pedrito, Paquito, Miguelín, Alvarito, Felixín, etc.

 

pila bautismal (2009)

 

Para el bautizo solemne, es decir, el que se celebraba en la iglesia, iba el niño en brazos de la madrina, envuelto en mantillas y con un traje en aquellas familias que por pertenecer a la clase "pudiente" se lo podían permitir o conservaban el de generaciones anteriores o vestido de cristianar.

Decían los alcozareños que las campanas de la iglesia tocaban de forma diferente cuando anunciaban el bautizo de un niño que cuando se trataba de el de una niña. El niño era recibido por el sacerdote en lo que en Alcozar se denominan los "portajones" de la iglesia, es decir, en el atrio. Y no podía entrar en el recinto sagrado en tanto no fuera catecumenizado.

Se decía que si el niño o niña sacaban la lengua para recibir la sal que le imponía el sacerdote, tendrían gracia y salero cuando fueran mayores.

La madre no asistía casi nunca al bautizo, pues, como ya hemos señalado, éste tenía lugar a los pocos días del nacimiento, y la madre debía permanecer en casa hasta que "salía a misa"[2].

Acabada la ceremonia religiosa, los invitados los familiares más allegados y algunos vecinos se dirigían al domicilio del recién nacido para tomar unas copas de aguardiente o vino bueno e ingerir unas cuantas galletas, sobadillos o magdalenas.

El cura no podía faltar al convite en el caso de que se "hiciera gasto", pues no faltaban las familias cuyos escasos recursos económicos les impedía llevar a cabo cualquier tipo de celebración.

La celebración, cuando la había, tenía lugar en la sala o dormitorio principal de la casa, pues por una parte no podía faltar la madre y, por otra, ésta solía estar todavía en la cama convaleciente.

Acostumbraba la madrina a regalar una vela a la iglesia.

La madrina estaba obligada a lanzar desde una de las ventanas de la casa confites y perras chicas que recogían los chicos y chicas de la aldea. Si la chiquillería consideraba que la madrina se estaba comportando como una "roñosa", es decir, que habían escaseado los caramelos y monedas, no dejaban de cantar:

A bautizos "cagaus",

que a mí no "m'i-han-dau";

si cojo al chiquillo,

"le" tiro a un "tejau".

Esta misma canción era coreada por los niños para instigar a la madrina a que tirara más dulces, incluso en aquellos casos en que ésta se mostraba desprendida y salía al balcón o ventana con un enorme cucurucho de papel de estraza repleto de confites y los bolsillos a rebosar de "perrillas".

Los caramelos rebotaban contra la cabeza de los niños y niñas allí congregados, pero no perdían el tiempo en vanas lamentaciones.


[1] Era un hecho harto frecuente el que aparecieran niños recién nacido en la puerta de alguna casa. Se aseguraba que eran hijos de madres solteras de las localidades vecinas y recibían el nombre de "taleguillos" por ser en un talego donde acostumbraban a meterlos y dejarlos colgados en la herradura que servía para atar a las caballerías.

[2] Esta salida a misa era un acto de purificación después del parto. Hasta ese día la madre no podía salir de casa y, si alguna necesidad ineludible así se lo imponía, se colocaba una teja sobre la cabeza. Esta teja era el símbolo de la vivienda en la que debía permanecer mientras fuera impura. Se salía a misa cuarenta días después del parto, porque así lo hizo la Virgen.


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