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CUARTILLERAS, ALFILERES, CLAVOS Y OTROS

 

 

cuartilleras (2004)

 

 

CUARTILLERAS, ALFILERES Y CLAVOS

por David Carro Puentedura (1995)

 

LAS CUARTILLERAS: Las cuartilleras eran las grandes monedas de cobre que estuvieron en circulación durante la primera mitad de este siglo y que, durante bastantes años después ya sólo se utilizaban para jugar o para completar el peso en las tiendas de comestibles o ultramarinos.

Existían varios juegos en los que se empleaban las cuartilleras. Uno consistía en poner cada uno de los jugadores una cuartillera dentro de un cuadro y a continuación, desde fuera de dicho cuadro, se lanzaba otra con fuerza intentando sacar las que ya hubiera dentro.

 

LOS ALFILERES: Los alfileres los cogían los chicos alcozareños del canastillo de la labor de sus madres sin que ellas se enterasen.

Los jugadores aportaban varios alfileres que colocaban en un hoyo y cubrían después con varios puñados de tierra.

Cada jugador, por turno, cogía una piedra y la tiraba con todas sus fuerzas contra el montón tratando de descubrir el máximo número de alfileres posible. Todo alfiler que quedaba a la vista pasaba a ser propiedad del chico que había conseguido desenterrarlo.

Pero lo de los alfileres no dejaba de ser un lujo y, además, los chicos de aquella época corrían el riesgo de que sus madres se enterasen del hurto y recibieran una somanta de palos. Así que lo que hacían era rebuscar por los alrededores de la fragua y recoger todos los clavos que el herrero había sacado de las viejas herraduras de las caballerías. Además, éstos tenían la ventaja sobre los alfileres de que eran de mayor tamaño y, por consiguiente, más visibles cuando asomaba la punta tras la pedrada.


 

JUEGOS CON ALFILERES

por Catalina Aparicio Pastor (2016)

 

En aquellos tiempos todo escaseaba, hasta los alfileres. No era fácil conseguir que nuestras madres nos dieran un puñadito de tan preciado juguete. A veces —¡qué otro remedio quedaba!— metíamos mano al canastillo de la labor, con sumo cuidado para dejarlo tal como estaba, y hurtábamos unos cuantos alfileres sin que se notase mucho. Si no conseguíamos disimular el hurto, nos propinaban algún cachete o nos mandaban a la cama sin cenar. ¿Hay peor castigo cuando se pasa hambre?. Pero bueno, una vez conseguido ese pequeño tesoro había que rentabilizar el castigo.

Luego estaban los alfileres de calamorra, todo un verdadero lujo. Prácticamente sólo se utilizaban para sujetar el velo con el que nos cubríamos la cabeza al entrar en la iglesia.

Los chicos también jugaban con alfileres, pero era un juego mayoritariamente de chicas. Yo recuerdo los juegos que siguen, aunque creo que había muchos más.

 

1. EL CRUZADITO

Jugábamos dos chicas encima de una mesa o sobre una superficie lisa. Cada una cogía su alfiler y lo iba acercando al de su contrincante, pero no se podía ni rozar ni mover. Había que ir avanzando cuidadosamente hasta que se conseguía cruzarlo poniéndolo encima del de la compañera.

El premio era ese único alfiler, pero para nosotras tenía un valor incalculable, pues se trataba de uno de los pocos juguetes, por llamarlo así, con los que contábamos.

El juego volvía a empezar y continuaba hasta que una de las dos niñas se quedaba sin alfileres o hasta que nos cansábamos.

 

 

 

2. ALFILERES PEGADOS EN LA PALMA DE LA MANO

Poseer muchos alfileres era como tener un tesoro y hasta se adquiría cierto prestigio infantil.

Yo recuerdo que mi hermano Andrés se daba mucha maña para hacer acericos con papel de periódico. Los hacía tan gordos que cabían hasta cuatro o cinco filas de alfileres, y no se desmontaba por más veces que clavases y desclavases dichos alfileres.

Otro juego de los que recuerdo es el siguiente: Podían jugar cuantas chicas quisieran. Cada una aportaba y echaba a un montón el número de alfileres que previamente se determinase. A continuación, se echaba a suertes, por cualquier de los métodos tradicionales, para ver quién era la jugadora que comenzaría.

Colocaba la palma de la mano sobre el montón de alfileres, presionaba (no se permitía hacerlo por mucho tiempo), volvía la mano y todos los alfileres que hubieran quedado pegados pasaban a ser de su propiedad. La segunda jugadora hacía lo mismo y así sucesivamente hasta que ya no quedaban alfileres y se acababa el juego.

 

 

3. SACAR ALFILERES SIN MOVER LOS DEL MONTÓN.

Yo creo que este era el juego más difícil y el que requería mayor precisión y paciencia.

Podían jugar tantas niñas como quisieran. Se echaba a suertes para determinar quién comenzaba y se hacía el silencio para permitir la máxima concentración.

Se trataba de ir sacando alfileres sin que se moviese ninguno de los que quedaban debajo. Cualquier temblor de manos daba al traste con el intento y se te pasaba el turno o reo.

Luego hacía lo mismo la segunda jugadora y así sucesivamente hasta que no quedaba ningún alfiler.

 


 

 

SACAR ALFILERES DE UN HOYO

por Pedro Aparicio de Andrés (2016)

 

 

A este pasatiempo jugábamos los chicos con los chicos y las chicas con las chicas. Pocas veces se hacía un grupo mixto.

Los materiales, en principio eran fáciles de conseguir, pero se requería pericia para que no te pillaran con las manos en la masa y te la cargaras con todo el equipo.

Yo aprovechaba cualquier ausencia de mi madre para meter la mano en el canastillo de la labor y salir a escape con un puñado de alfileres. A veces, la precipitación hacía que me los metiera en el bolsillo de los pantalones y acabara con la pierna como si me hubiera caído a una mata de ortigas.

Corría hacia las eras, o donde quiera que estuvieran los chicos de mi pandilla, con el corazón en vilo por si salía mi madre detrás con la escoba en ristre y me molía a escobazos.

Para este juego buscábamos un terreno que fuera llano y no estuvieran muy duro. Si encontrábamos algún montón de arena, miel sobre hojuelas. Hacíamos un hoyo y cada jugador ponía dentro el número de alfileres que previamente se hubiera determinado y se tapaban con tierra o con arena.

A continuación, cada cual buscaba un guijarro, canto o piedra aparente y, después de sortear el turno de intervención, el primer jugador lanzaba su piedra con fuerza sobre el hoyo.

Si tenías buena puntería y pegabas en el centro, los alfileres afloraban a la superficie y pasaban a ser tu trofeo. Después hacía lo mismo el segundo jugador y así sucesivamente. Había que recoger los alfileres con cuidado para no desenterrar los que no hubieran salido a la superficie en el momento de dar la pedrada.

Si conseguías ganar muchos alfileres, te ibas a casa con tu botín y más contento que unas castañuelas. Aunque bien pudiera ser que en el entretanto tu madre hubiera descubierto el marro y te enviara a la cama sin cenar.

 


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