La ermita II

por Antonio Tejedor de Miguel

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Alcozar - San Esteban Protomártir


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La población de Alcozar, perteneciente al municipio de Langa de Duero y próxima a San Esteban de Gormaz, es citada en la Historia como lugar en el que, en 995, Almanzor derrotó al conde castellano Garci Fernández, quien sufrió fatales heridas en la batalla a consecuencia de las cuales murió poco después.

Lo que hoy queda de la iglesia románica consagrada a San Esteban Protomártir no es sino una ruina que exhibe sus gloriosos y maltrechos despojos sobre el monte Macerón, a 200 m. al sur de la plaza local. Se erigió en el siglo XII -según la tradición popular, sobre una antigua mezquita- sin que haya acuerdo sobre su datación precisa: Juan Antonio Gaya Nuño (El Románico en la Provincia de Soria) asegura que «... no puede ser posterior a los primeros tiempos del siglo XII»; por su parte, Teógenes Ortego (Celtiberia, nº 70/1985 Centro de Estudios Sorianos) opina que debe ser obra de la segunda mitad de dicho siglo.

Cumplió función parroquial hasta 1812. La ermita de Nuestra Señora del Vallejo, mejor ubicada en relación con los dos barrios del núcleo poblacional, resultaba más accesible y práctica que la tradicional parroquia de San Esteban encumbrada en una colina, por lo que en 1768 se acometieron las obras de transformación de dicha ermita en un templo capaz de asumir el rango parroquial. Se llevaron aquellas a efecto en dos fases, a la culminación de las cuales, en la expresada fecha de 1812, se constituyó en parroquia de Alcozar bajo el patrocinio de San Esteban Protomártir, esto es, suplió a la obsoleta iglesia románica en su papel eclesial y en su advocación. La antigua parroquia quedó así relegada con categoría de simple ermita, entrando en un proceso de creciente abandono que la ha llevado a la actual situación.

La primitiva iglesia


Hay que advertir que el catastrófico estado en que se encuentra la edificación, así como las sucesivas transformaciones no documentadas que ha sufrido desde su origen, obligan a basarse más en conjeturas que en realidades para comprender los restos arquitectónicos que nos han llegado. Algunos de los que aún pueden ser objeto de estudio evidencian actuaciones pasadas poco dudosas, pero no es dado extraer de sus escombros la respuesta global a cuantas dudas plantea la heterogénea construcción. A la luz de esta premisa hay que interpretar todo lo que a continuación se expone.

La planta de la iglesia debió ser de la mayor simplicidad: un ábside en hemiciclo seguido de un presbiterio y una sola nave. Como es habitual, la luz en planta del presbiterio es ligeramente mayor a la del ábside, y la de la nave, a su vez, superior a la del presbiterio, dando lugar al típico escalonamiento. El acceso al templo se realizaba ya desde un principio por el lado norte, algo infrecuente en las iglesias románicas de la zona, tales como las de San Ginés y San Martín en la vecina población de Rejas de San Esteban, o las de San Miguel y El Rivero en San Esteban de Gormaz, o la de Berzosa -todas ellas dotadas de galería porticada-, o de tantas otras en posesión o no de galería. No escapa a la consideración del observador que ninguna de las iglesias citadas debió presentar en su momento condicionante alguno, por su emplazamiento, por la orografía, por razones defensivas u otras, que forzase un acceso por otro lugar que no fuese la fachada meridional.
El caso que nos ocupa es diferente. La iglesia se emplaza, como ya se ha dicho, sobre el otero Macerón situado entre la loma que se divisa en la imagen superior de esta página, la conocida como «El Castillo» aunque nunca haya habido allí tal construcción y sí únicamente unos peñascos y la reciente torre del reloj, y la también próxima de «Carrasomo», más al sureste en la salida de Alcozar hacia Velilla, donde se supone que estuvo apostada la fortaleza medieval. Los tres altozanos se presentan como otros tantos puntos estratégicos de la línea cumbrera meridional a cuya sombra protectora se desarrolló la población. ¿Tuvo que ver esto con la orientación norte de su entrada...?

El acusado deterioro de los paramentos del ábside deja ver su composición material: un zócalo hasta la altura de la ventana de tosca mampostería no careada, ni aun siquiera encintada, y muro de tapial de arcilla y ripio. Todo ello recubierto de un basto revoco que luciría en su momento de forma parecida a la de los ábsides de San Martín en Rejas de San Esteban o de San Miguel en San Esteban de Gormaz. La única ventana de que disponía el ábside tuvo arquivolta sobre columnillas encapiteladas. Dan testimonio de lo anterior cuatro dovelas desencajadas y ambos cimacios que todavía hoy se aferran al muro.
Fuera de esto, lo que más llama la atención son unas inquietantes grietas de desarrollo vertical que no han producido el total derrumbe de la desplomada fábrica por la tenue acción estabilizadora de la tapia baja del cementerio, por el lado sur, y la solidaria presencia de la sacristía nueva , por el norte.

Si hay algo que destacar en el exterior del ábside es el alero, cuyo frente se adorna con una hilera de bolas como las que se ven en las ya mencionadas iglesias de la vecina localidad de Rejas de San Esteban. Las piezas que lo forman descansan sobre ménsulas talladas que muestran diversas figuras: rosetas, un pequeño barril, rostros humanos, un monje,... Los modillones que han quedado atrapados en el interior de la sacristía adosada al ábside se han conservado en mejor estado. Entre ellos puede verse uno muy parecido, si no idéntico, a otro de la portada de San Gines en Rejas de San Esteban que representa una pareja en actitud danzante, cogidos por las manos y con los rostros vueltos al frente.

En el interior de la cabecera también se manifiesta el sistema constructivo empleado basado en un zócalo de grosera mampostería sobre el que se alza el resto del muro que, como la bóveda de horno del ábside y la de cañón del presbiterio, es de tapial guarnecido. No hay más elementos de cantería que el arco de la ventana y los sillares que forman su derrame interior, la imposta que lo circunda horizontalmente, el fajón de embocadura del ábside y el arco triunfal. El arco fajón que refuerza la estructura absidal es de medio punto de una sola rosca y descarga sobre pilares de la misma sección rectangular que el arco.

El arco triunfal es asimismo de medio punto, éste doblado y soportado por columnas adosadas al muro. El capitel que se conserva, el del lado izquierdo de la nave, exhibe una sencilla decoración de haces de estrías incisas entrecruzadas y rematadas en volutas. Su cimacio, hoy liso sin distinción con respecto al resto de la imposta, debió ser ajedrezado tal como lo vio en su día Teógenes Ortego. La basa de la columna existente queda oculta por los escombros y no es visible de momento.

La nave se cubría con armadura de madera a dos aguas de la que sólo restan las cabezas de algunos de sus tirantes empotrados en los muros. De su techumbre nada queda. Sí se mantiene en pie una parte del muro meridional correspondiente a un arco ciego. Dada la tipología de la fábrica original no es posible que tal arco perteneciese a ella. Por alguna ignota razón, en fecha posterior a la de la construcción del templo se dispuso ese arco ligeramente apuntado que, por sus dimensiones, no es el de una segunda portada, pero que tampoco cumple funciones de descarga pues bajo él no hay vanos que liberar de los esfuerzos estructurales. El caso es que su pétreo esqueleto ocluido por una mampostería más o menos concertada ha resistido mejor que el aglomerado arcilloso del resto del muro y todavía se mantiene erguido.

La galería


Esta iglesia tuvo una galería porticada que, aunque cegada en todo su frente norte y parcialmente destruida, muestra al descubierto el arco del lado este y suficientes indicios de cómo fue y de lo que aún podría conservarse oculto en espera de la deseada restauración.
Es peculiar de este pórtico su ubicación en la cara norte de la nave eclesial. Era habitual en estas construcciones románicas rurales que se dirigiese el esfuerzo colectivo a culminar la obra del templo propiamente dicho y, a continuación, con o sin mediación de un cierto espacio de tiempo, se acometiese la tarea de adosarle una galería. Si fue este el caso, el de un añadido a una iglesia ya en funcionamiento, entra en lo lógico que la galería se apoyara en el muro por el que se practicaba el acceso. De otra forma, si el proyecto fue unitario, habría que aplicar al conjunto de galería y acceso las cuestiones y preguntas arriba planteadas para éste.

Al cerrar la galería, la mayor parte de los elementos sobresalientes del paramento exterior fueron removidos o cercenados para obtener un lienzo liso. Así, han desaparecido todos los canecillos a excepción de dos, toda la cornisa menos una de sus piezas y un fragmento de otra, se ha truncado la imposta y no quedan sino vestigios de las chambranas de los arcos.

En el precedente dibujo con el que sólo pretendo esquematizar la actual fachada, y que puede adolecer de algunas imprecisiones pues no me he propuesto hacer un trabajo de medición in situ riguroso, trato de presentar lo que queda aparente en la actualidad y lo que, con alguna fortuna, podría encontarse en el interior del grueso muro.
Lo que resulta ostensible, además de dos ménsulas y una piedra del alero, son las cuatro chambranas de la izquierda, el arranque de una quinta y, al otro lado de la portada, una chambrana más. Las dovelas de los arcos pueden intuirse, pero las columnas no traslucen al exterior su presencia si es que aún existen. Todo esto por lo que se refiere a la fachada principal, la norte, porque la lateral hacia el naciente sí nos depara todavía la contemplación del arco que en ella se abre.

Este arco, el del lado este, es el único visible por ahora; la cara que se muestra en esta imagen corresponde a la que da al interior de la galería. Se ha coservado íntegro pues sigue manteniendo la chambrana, las dovelas, los capiteles y los fustes (las basas, se supone). Es de mayor luz que los demás (130 cm.), por lo que, al mantener la misma línea de imposta y ser de medio punto, su clave está más elevada que las del resto. La chambrana, de amplio fondo, luce un ajedrezado en su intradós, el mismo motivo geométrico que adorna el cimacio de los capiteles y la imposta. Las columnas son de doble fuste; de las basas nada se sabe, pues, aparte de los escombros acumulados bajo el arco, el recrecido del pavimento del pórtico para nivelarlo con el del interior de la iglesia cuando ambos espacios se unieron ha debido soterrar los pies de las columnas.

Idéntica disposición por la cara que en su origen dio al exterior del pórtico y que luego quedó encerrada en la sacristía. La rosca única del arco bastante más estrecha que el muro propicia la disposición de una ancha chambrana a cada cara con decoración taqueada.

Los dos capiteles son bien distintos entre sí: el situado en el apoyo septentrional del arco contiene una composición simétrica formada por dos parejas de arpías en torno a dos árboles o arbustos que ocupan las aristas del capitel. De tales plantas surgen largos tallos que se enrollan en los cuellos de estas fantásticas aves con cabeza de mujer y cola conoidea que pasan entre las patas por debajo del cuerpo. Estas figuras fabulosas proceden de Silos y están muy estendidas por la región con formas y actitudes parecidas.

El capitel opuesto, el del apoyo meridional, sigue una composición muy utilizada en otras iglesias sorianas, como la de Nafría la Llana, formada por dos órdenes de hojas estriadas y rectilíneas que se vuelven hacia afuera en sus extremos.

La foto corresponde al extremo izquierdo de la galería al que se adosó luego la sacristía. Se aprecian, en efecto, dos ménsulas, una tallada en forma de cabeza animalesca y otra que ya no es más que un muñón informe. Por toda muestra de cómo era el alero aguanta incrustada en la pared una piedra adornada con bolas de la misma hechura que las del ábside, además de un fragmento de la piedra angular. Se vislumbran con claridad las chambranas de los dos arcos extremos, pero ningún otro elemento de ellos.

Aquí dejan verse las dos chambranas siguientes, 3ª y 4ª por la izquierda, más el arranque apenas insinuado de otra más, la 5ª, visible con más claridad en este detalle.

Por fin, a la derecha de la actual portada se marca una única chambrana correspondiente al último arco de los conservados. En el gráfico anterior no he dibujado las columnas de este arco como posiblemente existentes pues soy de la opinión de que se han perdido. Esta afirmación y otras cuestiones que pueden conducir al esclarecimiento de cómo era en su origen la galería porticada merecen una discusión pormenorizada. La haré a continuación.

A mi juicio y con los únicos datos que nos ofrece la contemplación de las ruinas en que ha devenido el edificio románico, la galería porticada ha sido mutilada por acortamiento por el oeste, con pérdida del último de sus arcos, y dañada por la extirpación de tres más para encajar la portada. El pórtico original debió estar constituido por nueve arcos, tal como lo esquematizo en el gráfico de más abajo. En definitiva, puede concluirse anticipadamente que:

La penetración al área porticada pudo hacerse por el arco abierto en el lado este, más alto y ancho que los demás, pero es poco probable dada su situación en relación con la zona de acceso natural a la iglesia desde la población. También pudo realizarse por algún supuesto arco del lado oeste de cuya existencia no hay ninguna constancia, ni tan siquiera indicios. Lo presumible es que se efectuara el ingreso por alguno de los arcos 6 ó 7. Induce a pensarlo así el hecho de que el podio sobre el que se alza la arquería no da señales de haber estado rasgado hasta el suelo en ninguno de los arcos subsistentes, y el que la actual portada parece lógico que se emplazase en el mismo lugar por donde ya existía el acceso. Toda vez que hay que descartar por lo dicho que el acceso se efectuase por el arco central, el 5, se antoja más admisible que se hiciera por el 6, el más próximo a él.

Corresponde esta imagen al extremo oriental del frente de la galería que se conserva casi intacto en sus volúmenes, sin perjuicio del cerramiento y alteraciones menores. En esta otra imagen he superpuesto algunas líneas para mejor definición de lo que iré exponiendo. La fábrica primitiva se aprecia con total claridad distinguiéndose perfectamente de los añadidos. Así, por la izquierda se ha adosado, en el sentido estricto de la palabra, otra construcción sin interferir en la antigua, salvo una adaraja practicada en ésta para apoyo de una piedra de enjarje señalada en la segunda imagen con una "X"; por lo demás, se advierte la línea de separación de ambas fábricas yuxtapuestas. Lo mismo, pero ahora sin ningún elemento de trabazón, sucede por la derecha de ese machón de esquina: se evidencia la línea vertical que define su paramento primitivo en el que iría respaldada la primera pareja de columnas de la arquería; al cerrarse ésta, la nueva fábrica ha quedado adosada dejando en evidencia la línea de unión -o mejor, de separación- de ambas fábricas. También se revela la hilada correspondiente a la imposta que, como continuación del cimacio del adyacente capitel, corría por el frente del machón y volvía por el paramento lateral por donde todavía puede verse.

Resulta fácil de comprobar que en el extremo occidental del frente de la actual fachada no sucede lo mismo que en el oriental. También aquí ha habido un adosamiento de una construcción posterior casi desmoronada cuya línea de discontinuidad se reconoce a simple vista, entre otras cosas por la diferencia en la composición de sus fábricas. Pero lo que no se ve es un machón equivalente al del otro extremo o, en su defecto, al menos una pilastra que necesariamente hubo de existir rematando la galería a su término. Los paramentos externos tanto de la primitiva galería como de su posterior cerramiento forman un mismo plano, por lo que cualquier elemento constructivo de aquélla -salvo los retranqueados, como las dovelas y las columnas- debería quedar ostensible y enrasado con la nueva fábrica. No obstante, las hiladas de sillares del cerramiento se prolongan en este extremo occidental hasta la misma arista del muro, sin que puedan estar ocultando un machón o pilastra angular primitivos. Simplemente estos no existen ya. Es más: esa arista se forma por el encuentro del propio muro de fachada y otro ortogonal que es el que actualmente cierra la galería por el lado de poniente. La unión de ambos muros está reforzada por sillares aparejados en la forma tradicional que alterna soga y tizón que aparecen en perfecta correspondencia por ambas caras exteriores. Dado el espesor de este muro y su acoplamiento trabado al frontal es probable que no haya quedado espacio para la permanencia de las columnas del arco correspondiente que han podido desaparecer también. En definitiva, el pórtico no pudo acabar así, con un arco sin pilastra o machón de esquina, de donde se colige que hubo un arco más y su oportuno elemento de remate, de forma que se completaba una arquería de nueve arcos, número impar usual en todas las galerías.

En estas imágenes panorámicas de la fachada completa de la galería, en la inferior de las cuales he trazado en rojo una línea tangente a las chambranas y he marcado en azul los tendeles para una mejor definición de las hiladas, se observan sin esfuerzo dos cosas: por una parte, que la chambrana situada a la derecha de la portada está descolgada con respecto a las demás, dando a entender que ese arco está falto de los primitivos apoyos, esto es, que carece de las columnas que lo soportaban; por otra parte, que existe continuidad de las hiladas de sillares a uno y otro lado de la portada, la cual, como ahora veremos en detalle, ha sido encajada con posterioridad en la fábrica de cerramiento previamente existente.

Es elocuente esta imagen sobre cómo se acopló la portada por su jamba izquierda a una fábrica anterior. Para una mejor ilustración puede verse esta otra imagen donde he señalado en rojo el despiece de la portada y en azul el resto de los sillares. Es una buena práctica constructiva la formación de adarajas para trabar dos fábricas entre sí. A estos efectos, los sillares que forman la pilastra moldurada izquierda sobresalen hacia fuera con alternancia en su mayor o menor dimensión para que no haya coincidencia vertical en las llagas. De haberse ejecutado simultáneamente la portada y el cerramiento, se hubiera impuesto el despiece de aquélla y se habrían ajustado a él las hiladas del resto de la fábrica que se habrían desarrollado en perfecta concordancia. Pero aquí queda patente el desacuerdo entre las dos fábricas cuyo forzado acople ha exigido la interposición de una serie de sillares no prismáticos y desfasados para efectuar la transición entre las hiladas del cerramiento y los bloques pétreos de la portada.

En la jamba derecha de la portada sucede otro tanto, por lo que es aplicable a la misma todo lo antes dicho. También en esta ocasión se adjunta otra imagen relacionada en la que he empleado la misma simbología gráfica que en la anterior. La forma de ensambladura de la portada en el muro hace sospechar que no se conserva la doble columna izquierda del arco 8 que debería recaer en ese preciso lugar.

Parece necesario admitir por todo lo visto que la galería no se cerró en el siglo XVII a la par que se la dotaba de una portada al gusto de la época sino mucho tiempo atrás. Apunta en este mismo sentido el diferente tratamiento que presenta el cerramiento en la parte inferior hasta la altura de la cornisa primitiva y en la elevación por encima de ella. Denota dos momentos distintos de actuación sobre la galería; el segundo se produciría cuando aquella estaba ya cerrada y fue necesario incrementar su altura para enrasarla con la de la portada y alcanzar el plano de descanso del estribo en que apoyan las armaduras de la cubierta. Aparte de consideraciones arquitectónicas como las expuestas, hay otras que entran en el campo de lo razonable. En efecto, una galería orientada al septentrión debía ser de poca utilidad en aquellas frías tierras sorianas (burgalesas hasta 1833, tanto da); no obstante hay constancia de que en ella se celebraban las reuniones del concejo de la villa en época todavía medieval. En concreto, en 1453, año en el que muere ajusticiado Álvaro de Luna, conde de San Esteban de Gormaz, a quien el rey Juan II le confisca todo su patrimonio, su esposa Juana Pimentel se hace fuerte en el castillo de Escalona. La negociación con el rey conduce a la restitución parcial de los bienes, entre ellos el condado de San Esteban al que pertenecía Alcozar. El hijo de ambos, Juan de Luna, envía a un representante para tomar posesión de la villa, acto que tiene lugar en la galería porticada. No sería, pues, de extrañar que se hubiera sentido la necesidad de cerrar aquel espacio para su mejor aprovechamiento antes de que en una reforma posterior se incorporase al templo.

La iglesia actual


Esta sería la traza en planta de la iglesia en su última fase antes de entrar en ruina. La comparación de este esquema con el de la supuesta planta original pone de relieve el proceso de reformas al que habría sido sometida a lo largo del tiempo. Pueden concretarse tales cambios en:

  • Cerramiento de la galería porticada.
  • Acortamiento de la galería por supresión del arco más occidental.
  • Ampliación de la longitud de la nave para obtener espacio para el coro y el campanario.
  • Creación de una nueva portada e incorporación de la galería al templo mediante la disposición de dos grandes arcos.
  • Adosamiento de la sacristía a levante del pórtico.
  • Incrustación de los dos arcos del lado izquierdo del presbiterio.

En el muro del presbiterio que aún se mantiene en pie existen dos arcos -ciego el uno, perforado el otro para dar paso a la sacristía- que no parece que hayan estado siempre allí. Son varias las circunstancias que así lo denotan:
Llama la atención su posición descentrada, de forma que el arco derecho se arrima estrechamente al fajón del ábside mientras que el izquierdo queda ostensiblemente separado del arco triunfal. En la ya mencionada iglesia de San Martín, en Rejas de San Esteban, también existe una pareja de arcos ciegos a cada lado del presbiterio, pero allí en perfecta disposición centrada y simétrica como es lo habitual. En Alcozar no sucede esto y no resulta difícil intuir las razones de tal comportamiento. De haberse tratado de arcos ciegos puramente ornamentales realizados en origen no hubiera existido impedimento alguno para disponerlos de manera más equilibrada dentro del paramento presbiterial; pero se colocaron más tarde, cuando se construyó la sacristía, estando destinado el más próximo al arco triunfal a proporcionar acceso a esta nueva estancia. Si se observa el esquema de la planta se verá que en el encuentro del muro oriental de la galería con el templo, en el lugar de quiebro del presbiterio y la nave al trasdós del arco triunfal, se produce un potente macizo que condiciona la apertura de huecos en esa zona, algo apreciable asimismo en esta imagen en la que se manifiesta por encima de la cubierta el espesor del muro a cuyo pie se ajusta la puerta. Necesariamente había que salvar ese muro si lo que se pretendía era abrir un paso bajo el arco contiguo.

Otro detalle indicativo de que los dos arcos fueron colocados en el lugar que ocupan tiempo después de construirse la cabecera, así como que proceden de otro lugar y fueron reutilizados, es el que las tres columnas sobre las que descansan poseen dos fustes, si bien dispuestos de tal manera que únicamente aparece al exterior uno de ellos. En efecto, en la imagen adjunta se ve un capitel doble de una sola pieza colocado con el lado menor al frente y el resto embutido en la fábrica, por más que ahora haya quedado al descubierto. Aunque en la foto no, in situ puede constatarse que el fuste del fondo fue sustituido por los sillares que forman la jamba de la puerta sobre los que descansa la parte posterior del capitel, y que habría otro sillar superior de hoja ocultando esta parte del capitel y la correspondiente del cimacio. Se observa también que el propio capitel, además de su cimacio, han sido cercenados por detrás, lo que hace que las dovelas del arco tengan más profundidad que el mismo ábaco. Ese exceso de fondo obligó a rebajar el salmer y la primera dovela para alojar la cabeza del dintel hoy desaparecido.

Otro tanto puede decirse del apoyo izquierdo de la arcada. Se trata de una columna de la que tan sólo se conserva el fuste delantero; no obstante, la base del capitel pone de manifiesto que se sustentaba en dos fustes, de los que el del fondo se ha removido para dar alojamiento a la jamba de la puerta. También aquí se aprecia con claridad que el capitel es doble de una sola pieza embutido en su mitad posterior en la fábrica de cerramiento, y que el salmer, de tanto fondo o más que el ábaco, ha sido recortado para dejar espacio al dintel. La columna del otro extremo, aunque más oculta que las demás, aún deja ver que dispone de un capitel doble con su lado corto al frente como los otros.

Si se admite que los dos arcos del presbiterio fueron colocados en fecha posterior a la de construcción de éste y que no fueron diseñados expresamente para estar en la ubicación y en las condiciones actuales, lo lógico es pensar que se trata de los arcos 6 y 7 de la primitiva galería, los mismos que hubo que retirar para encajar la portada. Por sus características globales todo apunta a que así es, salvo un detalle: la galería estaba formada por una arquería continua en la que todos los soportes, a excepción de los dos extremos, estarían coronados por un salmer de doble arranque que haría de base a los dos arcos concurrentes. Así sucede en el apoyo central del presbiterio, el que aparece en esta imagen, pero no en los extremos. No obstante, también puede observarse en esta misma imagen los desajustes en tamaño y curvatura de algunas dovelas que, lejos de concordar exactamente, dan lugar a una línea poligonal más que a una circunferencia. Seguramente hubo que forzar estas piezas, incluso incorporar otras ajenas, para obtener unos arcos cuyas dovelas extremas descansasen directamente sobre los ábacos correspondientes.

Este es el muro que cierra la galería por su lado occidental. Se encuentra con el muro norte de la nave en el lugar en el que se inicia la bóveda que soportaba el coro, tal como se deduce de la planta; cumplía misión de contrafuerte para asegurar la estabilidad del tramo final de la nave. La uniformidad de la fábrica de mampostería de este muro denota que se levantó de una sola vez, lo que hubo de suceder cuando la reforma de la galería que incluyó la portada obligó a elevar aquella hasta su actual rasante. En ese momento es cuando debió derribarse el último arco de la galería para trabar el nuevo muro con el de cerramiento de aquella, lo que dio lugar a la formación de la arista de sillares que perfila ese ángulo en toda su altura. No cabe duda de que este muro es posterior a la primitiva construcción; lo atestiguan algunos detalles como la utilización entre los mampuestos de sillares bien escuadrados que debieron aprovecharse de anteriores derribos y, más en concreto, la aparición de piedras labradas como las que se muestran en esta imagen que debieron pertenecer a la cornisa de la galería.

Una de las mayores transformaciones sufridas por la iglesia se llevó a cabo en el fondo de la nave. No porque haya pruebas sino por ser lo más común, hay que suponer que la longitud de la nave y la de la galería serían iguales en un principio, tal como se propone en el esquema de la planta primitiva. Si así fue, en el momento en que se acortó la galería se prolongó la nave para obtener el espacio suficiente para el coro. De la existencia de éste da fe el arranque de la bóveda que volteaba de lado a lado de la nave y el peldañeado de piedra de la escalera de acceso, cuyo primer tramo sería de madera. Bajo éste, aún se puede admirar el listel de puntas estrelladas y de bolas que adorna el borde baquetonado de las primeras dovelas de la bóveda. Entre los escombros yace alguna de esas piedras como la que aquí se muestra. ¡Que la veamos restituida muy pronto a su prístina ubicación!

 


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