Es
un pueblo pequeñito
de
la provincia de Soria,
donde
la gente es humilde
y
también acogedora.
Andan
tan atareados
con
las faenas del campo,
que
se levantan temprano
para
iniciar su trabajo:
unos
arando las tierras,
otros
regando la Vega;
otros
cuidando el ganado
y
otros podando las cepas.
Al
acabar la jornada
que,
por cierto, ha sido larga,
regresan
a sus hogares
donde
encuentran a sus damas.
Sin
tiempo para el reposo
y
con la garganta seca,
van
a beber, con placer,
un
vasito a la bodega.
El
pueblo tenía ermita,
y
en ella todos rezaban
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a
la Virgen del Vallejo
que
a sus difuntos cuidaba.
Tres
pastores tiene el pueblo:
Faustino,
Tomás y Andrés,
que
con trabajo y esmero
al
ganado tratan bien.
En
las mañanas de invierno,
y
cuando el cierzo soplaba,
con
tapabocas al cuello
las
orejas se tapaban.
La
tierra estaba mojada
por
las gotas del rocío,
y
las ovejas pastaban
por
los terrenos baldíos.
Este
pueblo pequeñito
por
nombre tiene ALCOZAR,
su
castillo en la montaña
y
su vinillo especial.
Con
cariño me despido
de
este pueblo acogedor,
donde
a mí me recibieron
con
simpatía y amor.
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