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¡Ay, cómo te recuerdo, viejo amigo! Olmo que te asomas al otero afianzado a la tierra, retorcido, con tus brazos en cruz mirando al cielo. Centinela de valles y de alcores; compañero del trigo y la amapola y amigo de los pardos ruiseñores; alma encendida en singular porfía, muriendo donde nace todo empeño por conservar en pie tu bizarría. Cuando regrese, volveré a tu asilo, al cobijo amoroso de tus ramas y al amparo oculto de tu nido. Florecerán las rosas del mañana y sonarán sobre el pasado muerto de un futuro más libres las campanas. Que he de morir bajo tu sombra, amigo, abrazado con todas mis raíces en la bendita tierra en que he nacido. |