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"El último maestro de Alcozar"

 

Antonio García Molina (2013)

 

 


Me llamo Antonio García Molina, tengo 69 años (aunque recién cumplidos) y nací y resido en un pueblo del levante almeriense muy cercano al mar, Los Gallardos; felizmente casado y con tres hijos que me hacen disfrutar de seis nietos. Jubilado desde que cumplí los 60.

Acabé mis estudios de Magisterio muy joven, a los 17 años,  y  a los 18 hice oposiciones. Después de tres cursos como propietario provisional en Almería, en 1965 me adjudicaron mi primer destino definitivo: Alcozar; aclaro que no solicité esta plaza, pero así eran las cosas entonces.

Lo busqué en un atlas -bueno, pensé, al menos aparece aquí-. Y a principios de septiembre, "a lomos" de una moto marca Lambretta me marché para Soria. Madrid... Ayllón...San Esteban... Allí me informaron cómo llegar a Alcozar. Y llegué, ya lo creo que llegué.

Al entrar en el pueblo os puedo asegurar que el mundo se me cayó encima. Yo no conocía casas de adobes, estructuras locales tan asimétricas o núcleos de población con entidad de localidad tan pequeños. Era un panorama y un ambiente absolutamente novedosos.

Tenía a la sazón 21 años y encontrarme en un lugar en que no había NI UN SOLO JOVEN  -hombre o mujer- con quien tratar resultaba deprimente, desolador.

Bien pronto hube de reconocer el error de mis consideraciones. La gente de Alcozar me acogió con tanto cariño que compensaron con creces otras carencias. Me alojaba en casa de la señora Juana (Juana Alonso, abuela de Soledad Aparicio, la niña de la foto) que me trataba como a un hijo. En la escuela tenía algo así como una treintena de niños entre los 6 y los 14 años, período de escolarización obligatorio por aquellos tiempos, por lo que el trabajo, aparte de agotador, tenía forzosamente que dejar insatisfecho a cualquier docente honesto.

Conocí la vendimia, me asombré con el lagar y su sistema de prensado y me entusiasmé con la caza, que ya practicaba desde niño. Aquellos domingos con Emilio, el  herrero, y con Mariano, el Juez de Paz, son inenarrables. Emilio poseía una perra galga, "Nora" y Mariano un lebrel, "Twist", que formaban una collera maravillosa. No me dejaban disparar contra una liebre hasta tanto los perros no hubiesen hecho al menos tres carreras. Y qué poquitas se escapaban.

Por las tardes, también de los domingos, jugábamos a las cartas -subastado de platillo- en casa. Sergio (el hijo de la señora Juana), Emilio, Fernando Alonso (que marchó a Madrid y que no hay que confundirlo con el corredor de Fórmula 1) Eutiquio o cualquier otro amigo formábamos "el equipo". Jamás llegamos a discutir.

La Navidad la pasé en mi pueblo y, tras regresar a Alcozar, a finales de febrero, justo tres días después del incidente nuclear de Palomares (muy próxima a Los Gallardos) regresé a mi tierra para incorporarme a filas. Me habían destinado a Ceuta y, en contra de las advertencias de Fernando, que había sido legionario, opté voluntariamente por servir en el Tercio Duque de Alba II de La Legión, de guarnición en aquella ciudad.

He de deciros que no me arrepiento y que volvería a hacerlo sin vacilar, porque cuando se es joven, pobre de aquel que no es un romántico.  Me licencié el 14 de mayo de 1967 y el 1 de junio estaba ya en Alcozar, de nuevo en mi escuela. Había bastante menos niños y las previsiones no eran halagüeñas. La ermita se había derrumbado durante mi ausencia.

Tras el verano llegó el nuevo curso. Durante el mismo conocí a Marcelo que había venido para hacer compañía a su madre tras la muerte del padre. Juntos recorrimos buena parte de la geografía soriana y burgalesa en mi moto, desafiando calores, fríos y hasta asperuras. También aquel año conocí a dos chicas del pueblo, Ester y Paulina, que pasaron alguna temporada allí. Todo aquello era auténticamente fuera de lo normal.

Por el mes de abril, Mariano vino a traerme la notificación de que la escuela de niños se suprimía y la de niñas pasaba a convertirse en mixta, regentada por una maestra. Como mis padres, ambos maestros en Los Gallardos, habían obtenido destino en Almería, solicité y obtuve la plaza que dejaba vacante mi progenitor.

A mediados de julio de 1968 me despedía de Alcozar y sus buenas gentes y, siempre cabalgando en mi Lambretta, volvía a mi tierra.

No me marché para siempre porque siempre os he llevado en el corazón y así, cuando en septiembre de 1981 hube de ir a Madrid como Alcalde de Los Gallardos, aproveché la ocasión para pasar a visitaros en compañía de mi esposa.

Algunas cosas habían cambiado: la carretera estaba asfaltada y las casas contaban con agua corriente; de don Faustino, el cura, se contaba más de un chismorreo escabroso;  los escasos niños y niñas iban en transporte escolar a Langa (acaso porque Emilio y Felisa habían dejado de tener un  hijo cada año y Sergio y Filomena, matrimonio también prolífero, se habían trasladado a Langa de Duero). Me acerqué a por estos últimos y comimos todos juntos en casa de la señora Juana.

Aquí terminan  mis gratísimos e inolvidables recuerdos de vuestro pueblo. Hay mil anécdotas, casos y cosas que tal vez, si lo deseáis, os vaya desgranando. Tuve una enorme alegría cuando Isidro Hontoria me visitó en un par de ocasiones con motivo de estar haciendo el período de instrucción en la base militar de Viator, junto a la capital almeriense,  al haberle tocado Melilla para hacer "la mili".

Los años me han obligado a ser algo más sedentario y, casi por imposición de mis hijo, que viven en pueblos cercanos, hace poco me conecté a Internet. Una de mis primeras singladuras fue preguntarle al aparato por Alcozar, pensando que ya no existiríais… pero mi alegría ha sido enorme al encontraros.

Y ya está. He resumido cuanto me ha sido posible mi historia entre vosotros. Posiblemente podría haber echado raíces en tierras sorianas pero no hubo de ser. Como jamás echó fruto el almendro que había en la ladera del Macerón, aunque a veces floreciese...como le sucedió al naranjo que Antonio Machado trasladó de nuestra cálida Andalucía a su jardín de Soria... El "por qué" me pertenece y nunca lo he querido compartir porque forma parte de un sueño, una ilusión, como el rayo de luna de Bécquer o como la bruma mañanera del mar barrida por un viento terral...

Quiero despedirme haciéndoos un ofrecimiento: seguro que algún alcozareño/a por cualquier motivo pasará por aquí. Los Gallardos está junto a la autovía del Mediterráneo, frente a Mojácar y Garrucha. Aunque vivo en el campo, rodeado de cipreses y frutales (190 olivos, higueras, almendros, granados, naranjos... y una morera a la puerta de casa recordando la que había delante de mi escuela en Alcozar), no soy difícil de encontrar, y a cualquiera de vosotros, conocido o no, os brindo mi hospitalidad y mi cariño como en su día lo hicisteis conmigo. Un saludo a todos y un fuerte abrazo a quienes quedáis de los que me conocisteis. Y si alguien quiere ponerse en contacto conmigo estoy en Facebook y en mi correo electrónico garciamolinaantonio@gmail.com


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