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MUSEO TEXTIL - COSER, LAVAR Y PLANCHAR MUSEO TEXTIL ALCOZAR (Nº 7)
Hasta 1959 los alcozareños se abastecieron de agua transportándola en cántaros y botijos desde la Fuente Grande. Se iba a lavar al Arroyo de la Fuente, al Bancho, a la Puentecilla o a las Balsas y las mujeres tenían que permanecer durante horas arrodilladas en las losas. Empleaba un día para mojar y la ropa blanca llegaba a casa húmeda y con jabón dispuesta para ser sometida al proceso de blanqueado, para lo que se utilizaba una cesta puesta sobre un estremijo. Este procedimiento consistía en colar agua caliente mezclada con ceniza a través de una escarpeta. Al día siguiente iban a aclarar la ropa, que después tendían en la “tinada” o en alguna leñera. Para que la ropa quedase más blanca, también se podía tender al verde en alguna arrén. Los panales de jabón se hacían en casa con sobras de aceite, grasa y sebo a las que se añadía sosa, sometiendo la mezcla a determinado proceso de cocción.
En 1959 se decidió llevar el agua hasta el pueblo. Se recogía ésta en la Tejera y, debidamente canalizada, llegaba hasta un depósito situado en la ladera del Castillo, desde donde se distribuía a tres fuentes y el lavadero público (edificio rehabilitado en la actualidad como Museo Textil). A partir de ese momento las alcozareñas pudieron lavar de pie y bajo techado, suprimir las losas de madera y evitar los desplazamientos hasta los arroyos donde lavaron hasta entonces. El lavadero dejó de cumplir su función como tal cuando se introdujo el agua en las viviendas y se pudo disponer de lavadoras eléctricas.
MUSEO TEXTIL ALCOZAR (Nº 8)
Durante la época de la recolección las alcozareñas no pegaban ni una puntada; sus manos tenían que empuñar la hoz y la zoqueta o dirigir el trillo en su constante girar alrededor de la era. Solía ser en las tardes de la tardía primavera soriana cuando cogían el canastillo y salían al sol a coser junto con sus vecinas. Buscaban los rincones soleados y resguardados del cierzo o el solano, sacaban la banquilla o el “taurete” y zurcían medias y calcetines; echaban piezas a las sábanas; cosían remiendos en delantales y pantalones; y, cuando la prenda ya no merecía mayores arreglos, daban un “júntate, que junto estabas” para que aguantase otra temporada, porque, como solían decir, los chicos y los hombres eran muy “derrotones”. Pocas veces cosían en solitario, aprovechando el rato para comentar los acontecimientos del día, hacerse alguna confidencia y hasta para poner de hoja de perejil a la cuñada o a la suegra.
El tiempo que destinaban a la labor estaba determinado por la llegada de los rebaños al pueblo, abandonando en ese momento la aguja para echar el pienso a las ovejas y encerrarlas hasta el día siguiente. Después tenían que hacer la cena y, si urgía coser “el roto”, volvían a coger la labor cuando los chicos y el marido se habían ido a la cama. Los canastillos contenían un carrete de hijo blanco y otro negro, ovillos de zurcir de dos o tres colores, unas tijeras, unas cuantas agujas clavadas en una pequeña almohadilla llamada acerico, unos metros de hiladillo blanco y negro y algún trozo de goma. Con esos escasos elementos cosían, zurcían y remendaban las alcozareñas toda la ropa. Unas cuantas familias disponían de máquina de coser, que generalmente se utilizaba para confeccionar prendas de vestir o ajuar de cama. El deber de vecindad obligaba a que cualquier alcozareña que gozase del privilegio de contar con una “Singer”, se ofreciera a pasar las costuras de una camisa, una bata o una sábana a aquellas que no poseían esta máquina.
MUSEO TEXTIL ALCOZAR (Nº 9)
En Alcozar se planchaba poco. Sólo la vestimenta usada los días de fiesta mayor o en ceremonias de bautizos, comuniones y bodas pasaba por debajo de la plancha. El resto de la ropa se planchaba con el culo o colocándola debajo del colchón. Las mujeres, en la mayoría de los casos, se limitaban a estirar y doblar bien la ropa, colocarla sobre el asiento de la silla o “taurete” de la labor y sentarse encima durante un buen rato, de forma que mataban dos pájaros de un tiro al coser y planchar a un mismo tiempo.
Con frecuencia se utilizaba “estirar la ropa” para referirse a planchar. Se podía “estirar” con una especie de tenacillas de tres patas. Éstas se utilizaban para alisar el borde de los embozos de las sábanas, así como para hacer encañonados en las prendas que, por su confección y bordado, requerían un planchado especial. Pero las planchas más usuales eran las denominadas de chimenea, que se cargaban con ascuas de la lumbre y cuyo manejo exigía una cierta pericia para no acabar “socarrando” el vestido o la camisa. Existían otras planchas de hierro que se colocaban encima de la chapa de las cocinas económicas y que requerían la misma habilidad que las anteriores y, por último las primeras eléctricas, con su cordón retorcido y sin selector de temperatura. |