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"Los incendios de mi niñez"
Angelines Pastor Riaguas (2020)
Siendo yo niña se daban muchas tormentas y como no había pararrayos, caían muchos rayos. La mayoría no produjeron daños, pero alguno de ellos sí. Las tormentas se ponían una tras otra en lo alto del castillo. Si había tormentas no se podía ir al campo a trabajar.
Era una tarde cualquiera, mi padre aprovechó para arreglar el
calzado. No se le ocurrió otra cosa que sentarse en una silla en el portal,
tenía unos alicates en la mano. Mi madre sentada cosiendo y yo sentada en una
banqueta jugando. De pronto uno de tantos rayos, muy deslumbrante y seguido de
trueno, cayó y tembló toda la casa. Nos quedamos un poco mareados. A mi padre se
le cayeron los alicates de las manos. El mareo nos duró poco rato, cuando oímos
gritos pidiendo socorro desde la calle. Mi padre ya más sereno, aunque seguía
lloviendo se fue a la calle por si podía ayudar. Los gritos provenían de la casa
de la madre de Asunción, Victoriana. Cuando llegó se encontró a una de las hijas
en el suelo al lado de una llave de la luz del comedor. Creemos que fue el
impacto del rayo. Pasado el susto de todos, mi padre volvió para casa. Según se
fue acercando fue sintiendo cada vez más fuerte un olor a azufre que le llegaba
de nuestra casa. Al entrar vio que el rayo había caído en casa. Vio un agujero
en el portal, a unos treinta centímetros de una barra de hierro pingada en un
rincón. El agujero era de unos veinte centímetros de diámetro que comunicaba con
la cuadra y a su vez con una ventana pequeña que salía al corral. La ventana
siempre estaba abierta para ventilar la cuadra, los animales estaban asustados.
Aquel día creo que salvamos la vida: aunque no hubo fuego, el susto no se olvida
nunca. Yo, hasta bien mayor, si había tormentas y no había nadie más en casa, no
me quedaba sola, me iba a casa de algún vecino. El segundo suceso sí que fue con fuego. Yo era un poco más mayor, pero chica todavía. Otra tormenta como la que ya he relatado, sin embargo esta vez fue peor: prendió fuego en una casa. Fue, mejor dicho, en el corral de la casa de Lucio en la calle Angosta. Se veía mucho humo desde nuestra casa, en la calle Real. Pensamos que el rayo había caído en casa de mi abuela Atilana porque se veía cerca de allí. El pueblo se echó a la calle a auxiliar a los dueños de la casa y salvar lo que se pudiera de dentro y fuera: animales, carro y aperos de labranza sobre todo. En un principio no nos dejaron acercar, pues no hacíamos nada más que estorbar y además había peligro. Se hacían colas o cadenas humanas de hombres y mozos con cubos para el agua. Se llevaba desde todos los pozos que había: el de la casa de Amancio, el de mi tía Filomena y los de Villa, pues entonces no había agua en el pueblo. Pasado un rato, una o una hora y media, dejaron que nos acercáramos pero a cierta distancia. Veíamos como los hombres y mozos iban tirando cubos de agua, sin embargo el fuego hacía reacción y las llamas seguían saliendo. Al final lo consiguieron apagar. A esa familia ese mismo verano se le quemó una mostela de un rayo de otra tormenta.
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