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"El arado romano"

 

Avelino Hernando Monge (1995)

arados (2004)


 

Viejo arado romano

de historia milenaria,

en pobre sotechado

de aperos de labranza

yaces abandonado;

¡eres ya agua pasada!

La vigorosa encina

de verdioscura capa

te otorgó, desprendida,

tu corcovada cama

y el dental, que es la quilla

que tu armadura ensambla,

donde la reja fija,

donde la esteva arranca

y orejeras con hitas

te brotan cual dos alas;

y el roble, que se erguía

ufano de su estampa,

te dio el timón, que heridas

lleva cuatro en su lanza

por las que la "lavija"

al yugo te clavaba;

transmisión de energía

de las dos mulas pardas.

Tú llegaste a la vida

de manos artesanas

a golpes de la azuela

y yunque de la fragua.

Y te hiciste a la vela

en singladuras ásperas

trazando en parameras

estelas de esperanza.

Y tú, que entonces eras

la nave capitana

en pacífica empresa

de la modesta escuadra,

hoy te encuentras varado

en costa solitaria.

Gruesos acorazados

llegaron a tus aguas;

y tú, rudimentario

bajel de leve cala

has sido derrotado,

¡pero con tu honra intacta!

Manojos de centauros

rugen por las besanas;

sus platillos, rodantes;

sus furias, desatadas;

entre nubes de polvo

sus carlingas metálicas;

las riendas son volante,

la mancera palancas

y una pisada suave

a un pedal es la tralla,

y el pobre caminante,

tras la yunta cansada,

es hoy hombre triunfante

en la potente máquina.

¡Cómo pasó tu vida!

¡Cómo llegó la escarcha

en la mañana fría

al fin de la otoñada!

Tu reja, enmohecida;

tu telera, oxidada;

tu timón se desvía

y se agrieta tu cama;

tu mancera, que un día

manos acariciaran,

la toman, atrevidas,

por telar las arañas.

Arado de madera,

fénix resucitada,

sacude la tristeza

que tu semblante empaña.

No eres triste despojo

de perdida batalla,

que eres rico trofeo

de las glorias pasadas.

Tu reja es bayoneta,

tu mancera es espada,

tu telera es la flecha

y es el arco tu cama;

y el timón, larga pieza,

es la lanza acerada.

Pero no armas de guerra,

de la paz son tus armas;

fueron pan en las mesas

y alegría en el alma

del labrador que sueña

con cosechas granadas.

¡Sueña arado romano,

 

sueña en la dulce calma!

Amanecer de mayo

al despuntar el alba;

de los chopos del río,

con hojas renovadas,

llega el leve sonido

rimando con el agua;

el olor del tomillo

saluda en la alborada;

la silvestre amapola

con su capelo grana

solicita indulgencia

de tu reja afilada.

Y aquel día de junio,

mediada la mañana

en labores de bina

bajo un sol que quemaba

y que en bancales próximos

doraba las cebadas;

en los chopos del río

cantaba la cigarra.

Atardecer de octubre,

de las siembras tempranas;

paralelas de surcos

de tierra sazonada

que se abre generosa

prometiendo abundancia;

testigos son los chopos

que pierden ya sus galas.

Pero escucha, que se oye

una dulce tonada;

ya se acerca, es la letra

de canción bien rimada;

ya nos llegan las notas

en rítmica cascada;

es canción al trabajo

y a la mujer amada;

asido a tu mancera

está el hombre que canta.

¡Despierta ya, despierta!

y echa atrás tu mirada,

y verás que la rueda,

hasta apurar su marcha

trae alegrías nuevas

para nuevas etapas.

 


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