Viejo
arado romano
de
historia milenaria,
en
pobre sotechado
de
aperos de labranza
yaces
abandonado;
¡eres
ya agua pasada!
La
vigorosa encina
de
verdioscura capa
te
otorgó, desprendida,
tu
corcovada cama
y
el dental, que es la quilla
que
tu armadura ensambla,
donde
la reja fija,
donde
la esteva arranca
y
orejeras con hitas
te
brotan cual dos alas;
y
el roble, que se erguía
ufano
de su estampa,
te
dio el timón, que heridas
lleva
cuatro en su lanza
por
las que la "lavija"
al
yugo te clavaba;
transmisión
de energía
de
las dos mulas pardas.
Tú
llegaste a la vida
de
manos artesanas
a
golpes de la azuela
y
yunque de la fragua.
Y
te hiciste a la vela
en
singladuras ásperas
trazando
en parameras
estelas
de esperanza.
Y
tú, que entonces eras
la
nave capitana
en
pacífica empresa
de
la modesta escuadra,
hoy
te encuentras varado
en
costa solitaria.
Gruesos
acorazados
llegaron
a tus aguas;
y
tú, rudimentario
bajel
de leve cala
has
sido derrotado,
¡pero
con tu honra intacta!
Manojos
de centauros
rugen
por las besanas;
|
sus
platillos, rodantes;
sus
furias, desatadas;
entre
nubes de polvo
sus
carlingas metálicas;
las
riendas son volante,
la
mancera palancas
y
una pisada suave
a
un pedal es la tralla,
y
el pobre caminante,
tras
la yunta cansada,
es
hoy hombre triunfante
en
la potente máquina.
¡Cómo
pasó tu vida!
¡Cómo
llegó la escarcha
en
la mañana fría
al
fin de la otoñada!
Tu
reja, enmohecida;
tu
telera, oxidada;
tu
timón se desvía
y
se agrieta tu cama;
tu
mancera, que un día
manos
acariciaran, la
toman, atrevidas,
por
telar las arañas.
Arado
de madera,
fénix
resucitada,
sacude
la tristeza
que
tu semblante empaña.
No
eres triste despojo
de
perdida batalla,
que
eres rico trofeo
de
las glorias pasadas.
Tu
reja es bayoneta,
tu
mancera es espada,
tu
telera es la flecha
y
es el arco tu cama;
y
el timón, larga pieza,
es
la lanza acerada.
Pero
no armas de guerra,
de
la paz son tus armas;
fueron
pan en las mesas
y
alegría en el alma
del
labrador que sueña
con
cosechas granadas.
¡Sueña
arado romano,
|
sueña
en la dulce calma!
Amanecer
de mayo
al
despuntar el alba;
de
los chopos del río,
con
hojas renovadas,
llega
el leve sonido
rimando
con el agua;
el
olor del tomillo
saluda
en la alborada;
la
silvestre amapola
con
su capelo grana
solicita
indulgencia
de
tu reja afilada.
Y
aquel día de junio,
mediada
la mañana
en
labores de bina
bajo
un sol que quemaba
y
que en bancales próximos
doraba
las cebadas;
en
los chopos del río
cantaba
la cigarra.
Atardecer
de octubre,
de
las siembras tempranas;
paralelas
de surcos
de
tierra sazonada
que
se abre generosa
prometiendo
abundancia;
testigos
son los chopos
que
pierden ya sus galas.
Pero
escucha, que se oye
una
dulce tonada;
ya
se acerca, es la letra
de
canción bien rimada;
ya
nos llegan las notas
en
rítmica cascada;
es
canción al trabajo
y
a la mujer amada;
asido
a tu mancera
está
el hombre que canta.
¡Despierta
ya, despierta!
y
echa atrás tu mirada,
y
verás que la rueda,
hasta
apurar su marcha
trae
alegrías nuevas
para
nuevas etapas.
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