VERSO
II
Paraje
descarnado,
surco
de erosión,
teso
de buitres,
loma
de lobos;
no
hay árboles que coronen tu cima
ni
luna a tu dorso y,
sin
embargo, eres todo corazón.
He
oído tus latidos acompasados,
tu
savia interior espolvorearse,
tu
rezo infinito a la espera del gran milagro,
del
milagro de la vida.
Y
he contemplado absorto, como de ti,
mortecina
lápida algo nacía,
algo
diminuto, nada tierno,
mas,
henchido de orgullo,
algo
casi muerto:
el
brote minúsculo de una espina,
que
mañana soñará en ser arbusto.
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VERSO
III
Cruz
de enebro, bastión de hidalguía,
hacia
ti voy, a elevarte mis ruegos.
¿A
qué distancia estará el cielo ?
y
para qué saberlo, si he de ser ceniza
o
barro o polvo en la ladera de algún cerro.
Si
en mi mano estuviere, preferiría
ser
roca o saliente, mirador altanero
del
abismo que me circunscribiese,
descanso
para el águila, referencia para la vista,
freno
para el cierzo. Dominador del torrente.
Batir
de alas prestas al despegue,
no
me dais envidia....
¡aquí me quedo!
¡en
la tierra!... ¡clavado en ella!
pues
soy simiente, fruto de unas raíces
que
aliviaron su sed en la misma fuente.
Nómada
que llegó al fin de los caminos,
esclavo
de un futuro sedentario e impenitente.
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