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COLABORADORES

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PORTAL ALCOZAR

"Alientos de la tierra. Alcozar en la materia"

 

Javier de Blas Aparicio (1995)

Río Duero (2004)


humedal (2004)

VERSO I

Lejos del mercader,

del fariseo y de la náusea

hallaréis una porción de espacio

aguerrido y rebelde;

una superficie abrupta,

sin adornos de plata,

sin aromas de rosa,

sin clavel en la solapa.

Sin precio y

sin mañana.

Pleno de alma andariega

recorreré de nuevo tus sendas,

reconquistando tus veredas:

soporte para mis pasos,

caricia para mis manos

cuando recojo tus pedazos:

guijarros, hijos de la convulsión

y del descalabro;

cantos, rocas, piedras:

productos del temblor,

del temblor de la materia.

 

VERSO II

Paraje descarnado,

surco de erosión,

teso de buitres,

loma de lobos;

no hay árboles que coronen tu cima

ni luna a tu dorso y,

sin embargo, eres todo corazón.

He oído tus latidos acompasados,

tu savia interior espolvorearse,

tu rezo infinito a la espera del gran milagro,

del milagro de la vida.

Y he contemplado absorto, como de ti,

mortecina lápida algo nacía,

algo diminuto, nada tierno,

mas, henchido de orgullo,

algo casi muerto:

el brote minúsculo de una espina,

que mañana soñará en ser arbusto.

VERSO III

Cruz de enebro, bastión de hidalguía,

hacia ti voy, a elevarte mis ruegos.

¿A qué distancia estará el cielo ?

y para qué saberlo, si he de ser ceniza

o barro o polvo en la ladera de algún cerro.

Si en mi mano estuviere, preferiría

ser roca o saliente, mirador altanero

del abismo que me circunscribiese,

descanso para el águila, referencia para la vista,

freno para el cierzo. Dominador del torrente.

Batir de alas prestas al despegue,

no me dais envidia.... ¡aquí me quedo!

¡en la tierra!... ¡clavado en ella!

pues soy simiente, fruto de unas raíces

que aliviaron su sed en la misma fuente.

Nómada que llegó al fin de los caminos,

esclavo de un futuro sedentario e impenitente.

 

 

Río Duero (foto: Alberto Gómez Pastor)

VERSO IV

En el páramo desgrana el sol sus haces de oro,

saetas de fuego sobre la meseta.

Avanza implacable el estiaje de la mañana

y escudriña el hombre el tesoro de las sombras.

Fiel a sus costumbres, cuidadoso de sus usos,

descenderá agazapado, casi serpeando,

a tientas por una oscuridad cómplice.

Ansioso del reencuentro, un licor carmesí

besará sus labios de aladradas fatigados y

agradecerá a Dios el generoso fruto de la tierra.

Momentos para el deleite y la calma,

para la reflexión y el ensueño.

Silos del vino, templos del rezo pagano,

allí fenece la sed de las gargantas.

Mezcolanza de fe y de herejía,

en el altar silente de la caverna,

impera el esplendor de una divinidad confusa.


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