Tembloroso
andamiaje
de
banderolas y farolillos,
lluvia
caótica de confeti y serpentinas;
sobre
nuestras cabezas
un
mar arco iris se agita.
Aluvión
humano, sudor festivo,
arcano
es el oleaje que nos arrastra.
Hasta
que el gallo cante,
reinará
la algarabía en las calles,
disfrazada
de risa contagiosa,
endomingada
con el tatuaje perecedero
de
unos labios luminosos.
Maracas,
guitarras y trompetas
avientan
notas de fuego,
sangrando
el silencio
en
vibrantes pentagramas sonoros.
El
corazón se balancea
al
son de un pasodoble encendido,
rítmico
vendaval de giros.
Él,
camisa preñada de palmeras,
desabrochada
hasta el ombligo,
ella,
pícara falda de vuelo,
perfume
de clavel corona su cabello.
En
los recodos de la plaza porticada,
al
socaire de las sombras
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impregnadas
de música rezagada,
los
corsarios del amor
susurran
promesas a las almas
varadas
en “ Puerto Soledad “.
De
la bóveda celeste emigran los astros:
errante
es la estela
dorada
de las estrellas fugaces.
El
licor de las tabernas
hará
arder la noche más corta,
tan
breve como el centellear
parpadeante
de las bengalas,
como
el vértigo de un suspiro.
La
alegría, ornada de oropeles y brocados,
de
lentejuelas y guirnaldas,
es
una hoguera que se extingue
con
un soplo de rocío.
Tu
cuerpo es una vela arriada
en
estas horas tardías de resaca,
tu
voz, un soliloquio pendenciero
en
busca del cobijo de los sueños.
Mientras...
la luna nos despide
acunándonos
con su último destello
y
un aroma de pólvora se adormece,
suspendido
en la línea del cielo.
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