Era
que se era
una
señora vieja
en
los tiempos de aquí.
En
los tiempos de allá,
fue
joven también,
como
ahora os mostraré.
Divertida,
sarcástica, jovial...
y
ahora, con sus muchos años,
sigue
igual.
Un
día una broma quiso hacer
que
a más de uno hizo estremecer.
Con
sus amigos y compañeras
de
broma estaba
una
tarde que al campo fue.
Las
ilagas que llevaba el pastor
las
calentaron tanto,
que
por piernas tuvieron que salir.
Por
la noche, en casa,
¡ay,
la que se armó!;
el
culo y el cuerpo las pusieron a las dos
más
calientes que por la tarde
ellas
las ilagas del pastor.
Danzar
y bailar era otra afición preferida;
cansaba
hasta al último de la fila.
Podía
escoger, quitar y poner
al
que ella quería,
para
bailar jotas,
ruedas,
pasodobles...
en
la Plaza Mayor,
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en
la plaza de arriba.
¡Ay,
qué buen tiempo
el
de aquella chiquilla!
con
su sonrisa inocente
y
esa pinta de diablilla.
Entendía
de todo un poco;
sabía
lo que aprendía
de
su madre y de su tía:
ponte
hojas velludas encima de los granos,
verás
cómo se revientan;
tómate
esta manzanilla,
que
te irá bien para la barriga.
¡Ay,
cuánto tiempo ha pasado desde entonces!
Ella,
que un buen mozo se echó,
pronto
el destino, anunciándoselo, se lo quitó;
no
dejándola sola, pero sí en peligro,
con
seis hijos y un destino.
Mas
no se aturulló:
muy
echada para alante,
de
la situación airosa se salió.
Ahora
sigue con ganas de vivir;
hace
lo que puede
y
su cuerpo la llega a permitir;
feliz
y contenta
por
ser querida e importante;
orgullosa,
supongo,
por
estar en esta historia
al
menos por un instante.
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