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"Mis "hazañas" pesqueras en Alcozar"
Antonio García Molina (2013)
LOS CANGREJOS DEL ARROYO MOLINOS En algún apartado de la completísima página web de Alcozar he leído con pena y nostalgia que ahora se pescaban cangrejos en el Duero, pero de una variedad introducida, de mayor tamaño, aunque más bastos que los autóctonos que antes había en el arroyo Molinos. Efectivamente, se criaban en este riachuelo unos cangrejos extraordinarios, que se reproducían en abundancia. Creo que solamente en verano algunos alcozareños emigrados y que volvían a pasar unas vacaciones (como hacen ahora) se dedicaban a pescarlos. Mi experiencia con los cangrejos fue más o menos la que cuento a continuación. A principios de junio de 1967, recién incorporado a la escuela tras el servicio militar, pacté con mis alumnos hacer una excursión a la vecina localidad de Bocigas. Emilio, el herrero, que era natural de allí me había informado del camino y las distancias y, viendo que era perfectamente factible, lo propuse en clase. Naturalmente, los alumnos aceptaron encantados, si bien convinimos dos cosas: primera que informarían en sus casas de la excursión (entonces no se precisaba una autorización de los padres) y segunda que los menores de nueve años se quedarían en Alcozar. Así pues, un jueves a primera hora de la tarde emprendimos el camino. No muy lejos del pueblo pasamos junto a unas pozas en la cabecera del arroyo Molinos y Emilín (Emilio Hontoria) se acercó al borde de una de ellas, metió la mano bajo el césped que la rodeaba y, ¡qué sorpresa la mía!, cuando la sacó llevaba enganchado de un dedo un bicho parecido a una cigala, pero más rechoncho y de color oscuro. Al ver mi estupor el niño se echó a reír y me explicó que se trataba de un cangrejo. La verdad es que yo no los había visto jamás y pensaba que los cangrejos de río serían redondos, como los de la mar. Emilín sentenció señalándole los huevos que se agolpaban en el vientre del cangrejo: “Este año van a criar bien”, para acto seguido, devolverlo a la poza. Tras las vacaciones de verano, varias tardes de septiembre y octubre los cogí yo de manera similar, es decir, agachándome al borde del arroyo Molinos y palpando las bocas de la orilla. Cuando localizaba una, metía el dedo y con frecuencia sacaba la mano con un hermoso cangrejo enganchado. El mejor sitio era el trecho comprendido aguas arriba del puente hasta un bosquecillo de chopos. Ni que decir tiene que, como el primer día tuve éxito (pesqué un par de docenas de cangrejos), volví a repetir este original sistema de pesca varias veces… mientras el agua no se enfrió demasiado.
SECANDO EL CAUCE DEL ARROYO Otro día, Emilio (padre) y Mariano me propusieron participar en otra “técnica” de pescar cangrejos. Se trataba de hacer un dique en el arroyo para dejarlo seco por encima de unas pozas que existían en el bosque de chopos del coto escolar. Acepté encantado y un domingo por la mañana nos desplazamos al lugar. Llevaron varios baldes y, tras cortar con un dique de tierra el discurrir del agua (en el mes de septiembre el caudal del arroyo es mínimo por el estiaje), nos dedicamos a vaciar con los baldes una buena charca que había más abajo. Al descender el nivel del agua los cangrejos comenzaron a salir de sus guaridas, con lo que hicimos un buen acopio de ellos devolviendo al agua los que nos parecieron que no tenían la talla mínima. Al final, también quedó un buen número de pececillos, algunos de los cuales, los de mayor tamaño, los recogieron Emilio y Mariano. Ciertamente volví encantado aunque esta forma de coger cangrejos había sido más fatigosa que mi sistema de pescar. Los cangrejos me parecían de un sabor delicioso. Ya he dejado dicho en algún otro relato que Juana Alonso poseía unas excelentes cualidades como cocinera y no se quedó atrás en las preparaciones de los cangrejos. Además, como cambiaban de color y se volvían de la misma tonalidad rojiza que las cigalas, desde el primer día eliminé la repulsa que en un principio me habían inspirado al ver el primero en manos de Emilín.
EL DÍA QUE SERGIO COGIÓ UNA ENORME TRUCHA Sergio Aparicio, hijo de la señora Juana, siguiendo el oficio de su padre, trabajaba en la fábrica de harinas “La Margarita”, que también suministraba energía eléctrica al pueblo y que se conocía como “la fábrica del tio Jota”. Un día regresó con una enorme trucha. Yo no la vi, pero Filomena, su esposa, comentó que había pesado casi ocho kilogramos. El caso es que llevó a casa un buen trozo que cocinó la patrona de manera deliciosa, como siempre. La “pesca” de Sergio sí que fue casi “milagrosa” y merece ser relatada. En la fábrica, sobre la salida del agua de la turbina y por encima de su nivel, había una plataforma de hormigón. Por su borde el agua fluía a borbotones. Todo ello exactamente debajo de una ventana junto a lo que podríamos considerar “cuadro de mandos” de la turbina. Imagino que si aún existe la fábrica, algo habrá cambiado. Desconozco si aquella enorme trucha se diera algún golpe o qué circunstancia fue la causante de que saltara sobre la plataforma y se quedara “en dique seco”. Sergio la vio inmediatamente y se apresuró a capturarla antes de que el animal en sus estertores volviese al agua. Recuerdo que me comentó que seguramente se habría salido por los aliviaderos del pantano de La Cuerda del Pozo, porque en el Duero era difícil encontrar truchas, al menos de aquel tamaño. Este suceso me hizo pensar que quizás mereciese la pena hacerse pescador fluvial y ocupar mis días o mañanas de ocio y tedio tras el cierre del período hábil de caza. Solicité la licencia de pesca fluvial y provisto de caña y sedal me desplacé en varias ocasiones hasta la presa de la fábrica (ya nos habíamos bañado allí bastantes veces Emilín y yo durante junio y parte de julio pasados, pese a la acometida atroz que nos dispensaban los mosquitos). Desastre total. En las cuatro o cinco ocasiones en que practiqué esta modalidad de pesca no conseguí coger ni un solo pez, por insignificante que fuese. Yo en la pesca no era un novato; en mis años de estudiante, en infinidad de ocasiones lo había hecho en el puerto de Almería. Entonces sus aguas no estaban contaminadas. Después, a partir de los dieciocho años seguí pescando desde el litoral (lanzando), alternándola los veranos con la pesca submarina; pero por lo visto, pescar en un río era muy diferente. Así que, aburrido, me di por vencido y abandoné definitivamente esta práctica (más bien, y por los resultados, la pesca fue quien me abandonó a mí). Para mi descargo diré que, en ocasiones, observé a pescadores en San Esteban y jamás vi que capturasen un pez “en condiciones”. |