| LOS QUINTOS por Andrés Aparicio Pastor (1995)
Cumplidos los veinte años, todos los mozos se tallaban en el ayuntamiento y, al que llegaba a la talla establecida y no alegaba ningún impedimento físico, le consideraban útil para el servicio militar. Aquel que, por el contrario, no llegaba a la talla o ponía algún impedimento, tenía que pasar por un reconocimiento médico en Soria. Del resultado de dicho reconocimiento se consideraba a aquel mozo útil o inútil. En el segundo de los casos, se libraba de hacer el servicio militar y, en el primero, debía incorporarse a filas y hacer la mili como todos los demás. La incorporación a filas tenía lugar al año siguiente de haber entrado en caja y de haber sido tallados, por lo tanto, se iba al ejército entre los veinte y los veintiún años. Desde Soria capital comunicaban a cada mozo el lugar de su destino, que podía ser dentro o fuera de la Península, como, por ejemplo a África o a algún otro protectorado. Después de haber entrado en caja y de haber sido tallados en Alcozar, había que ir a Soria. En mi caso fuimos todos los quintos juntos, acompañados por el secretario del ayuntamiento. Este hecho era habitual, pues así lo muestra el acta, fechada el 2 de abril de 1911, que transcribo parcialmente a continuación:
Además de los impedimentos físicos a que he aludido anteriormente, existían otros motivos por los que algunos mozos quedaban exentos de cumplir el servicio militar, como así lo demuestra otra acta, fechada el 28 de abril de 1912, que también transcribo de forma parcial:
Como se puede ver por las líneas anteriores, la viudedad y la pobreza eran uno de los motivos que evitaba a los mozos tener que incorporarse al servicio militar, pues en aquellos tiempos las tareas agrícolas requerían brazos jóvenes y una viuda no podía prescindir de los de sus hijos. Por esta misma razón, también gozaban de exención los hijos de padre sexagenario. Y, no faltaban los casos en los que los hijos de familias ricas o pudientes se libraban de la mili mediante el pago de cierta cantidad de dinero, mientras que, en iguales condiciones, los hijos de los pobres se veían obligados a "servir a la Patria" por no disponer de recursos económicos, pues, por aquellos tiempos sobraban mozos y no era difícil que los pobres sustituyeran a los ricos hasta completar el cupo exigido. Los quintos, al ser tallados, hacían una merienda todos juntos y, como eran los protagonistas de aquella fiesta, algunos solían pasarse en la bebida ese día y ponerse un poco contentos, lo que les facilitaba entrar en juerga y correr alguna pequeña aventura que después tendrían para contar. Era también habitual que los quintos de un determinado reemplazo dejaran constancia de su incorporación a filas con alguna pintada que, invariablemente, proclamaba: "VIVA LOS QUINTOS DE 1943", o del año que fuera. Durante la Posguerra no se sabía lo que iba a durar la mili. Lo mismo podían ser dos años como cuatro o cinco. Por lo tanto, algunos se marchaban jóvenes y regresaban ya hombres hechos y derechos, sobre todo debido a las circunstancias adversas que les tocaba pasar. Este fue el caso de uno de mis hermanos, del que inserto, a modo de ejemplo, el texto del siguiente certificado:
De cualquier forma, en todo tiempo se dijo que los jóvenes, una vez cumplido el servicio militar, pasaban a ser hombres. Y así lo demuestra el hecho de que a su vuelta se les otorgara el derecho de ser incluidos en el reparto de quiñones[1] de la Vega y se les diera la consideración de vecinos a todos los efectos. De la mili, aparte de hambre, traíamos muchas anécdotas para contar y canciones como ésta que yo ya tenía casi olvidada y que ha recordado y cantado recientemente Crispina Encabo de Blas:
EL PIOJO Y ¡hay que ver la situación que nos rodea! y en la mili a todos los de infantería, por las noches destacados en los campos y otras veces haciendo guardias de día. Por la noche, y estando de imaginaria, y a la puerta yo he sentido golpear, y, creyendo que era el oficial de guardia, salí corriendo y a darle la novedad. Yo me puse firme y me cuadré para cuando entrara, y de momento vi que se paró la gulla, y era un piojo con fusil y correaje, y era un piojo que venía de patrulla. Yo le eché el alto por ver quién era, y él me contesta: "no hay novedad, no hay novedad; soy cabo guardia de la patrulla y a los refuerzos voy a vigilar". Hay cosas que se dicen y no se creen, y verdaderamente llaman la atención: el otro día vi dos piojos pelearse y de la cama me rompieron un tablón. Como no hay nadie quien los arreste, se han hecho dueños del barracón, del barracón, y cuando hay ocho o diez juntos, ya están armando y un gran follón, y un gran follón.
[1] Los quiñones son partes de unas tierras comunales propiedad del Ayuntamiento, que se repartían —y todavía hoy se reparten— entre los habitantes masculinos de Alcozar que hayan alcanzado la mayoría de edad. Dicha mayoría de edad se concedía, en tiempos pasados, una vez cumplido el servicio militar.
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