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Machado y El Quijote

por Eutiquio Cabrerizo Cabrerizo (2005)

 

Foto de boda de Antonio Machado y Leonor (1909)

 

             Cuando Antonio Machado llegó por primera vez en mayo de 1907 a Soria para tomar posesión de su plaza como profesor de Francés en el instituto, no podía imaginarse que iba a quedar vinculado a nuestra tierra para siempre y, por añadidura, iba a contribuir a incorporar Soria de forma definitiva a la historia de la literatura española de todos los tiempos. En septiembre de ese mismo año de 1907 conocería a Leonor Izquierdo con quien se casó en julio de 1909, teniendo ella quince años de edad, que iba a ser la depositaria de todo su amor y sus desvelos durante el brevísimo tiempo de su matrimonio hasta que ella murió el día 1 de agosto de 1912,

             El dolor por el fallecimiento de su esposa le creó la necesidad de alejarse de nuestra provincia y le llevó a Baeza, a Madrid, a Segovia, pero su poesía y su memoria quedarían estrechamente vinculadas y henchidas de Soria en lo más íntimo. 

       Incorporó nuevos temas y nuevas inquietudes, también como evolución de su decantación poética y la plenitud de su integridad ética y social.

       Traemos aquí un par de poemas, el CXXXIV y el CXLIII de sus Obras Completas, en relación con la figura del Quijote. El primero de ellos, "La mujer manchega", es un homenaje a la proyección humana del simbolismo de Dulcinea. El segundo, "Desde mi rincón", es un elogio a Azorín con motivo de su libro Castilla, y refleja, con la sensibilidad y la elocuencia de quien la ha sentido y la lleva dentro, toda el alma de nuestra tierra. 

           Estos son los poemas: 

 

Escudo del Instituto Antonio Machado (Soria)

 

                         CXXXIV

          LA MUJER MANCHEGA

 

La Mancha y sus mujeres... Argamasilla, Infantes

Esquivias, Valdepeñas, La novia de Cervantes,

y del manchego heroico, el ama y la sobrina

(el patio, la alacena, la cueva y la cocina,

la rueca y la costura, la cuna y la pitanza),

la esposa de don Diego y la mujer de Panza,

la hija del ventero, y tantas como están

bajo la tierra, y tantas que son y que serán

encanto de manchegos y madres de españoles

por tierras de lagares, molinos y arreboles.

Es la mujer manchega garrida y bien plantada,

muy sobre sí doncella, perfecta de casada.

El sol de la caliente llanura vinariega

quemó su piel, mas guarda frescura de bodega

su corazón. Devota, sabe rezar con fe

para que Dios nos libre de cuanto no se ve.

Su obra es la casa -menos celada que en Sevilla,

más gineceo y menos castillo que en Castilla-.

Y es del hogar manchego la musa ordenadora;

alinea los vasares, los lienzos alcanfora;

las cuentas de la plaza anota en su diario,

cuenta garbanzos, cuenta las cuentas del rosario.

¿Hay más? Por estos campos hubo un amor de fuego,

dos ojos abrasaron un corazón manchego.

¿No tuvo en esta Mancha su cuna Dulcinea?

¿No es el Toboso patria de la mujer idea

del corazón, engendro e imán de corazones,

a quien varón no impregna y aun parirá varones?

Por esta Mancha -prados, viñedos y molinos-

que so el igual del cielo iguala sus caminos,

de cepas arrugadas en el tostado suelo

y mustios pastos como raído terciopelo:

por este seco llano de sol y lejanía,

en donde el ojo alcanza su pleno mediodía

(un diminuto bando de pájaros puntea

el índigo del cielo sobre la blanca aldea,

y allá se yergue un soto de verdes alamillos,

tras leguas y más leguas de campos amarillos),

por esta tierra, lejos del mar y la montaña,

el ancho reverbero del claro sol de España,

anduvo un pobre hidalgo ciego de amor un día

-amor nublóle el juicio: su corazón veía-.

Y tú, la cerca y lejos, por el inmenso llano

eterna compañera y estrella de Quijano,

lozana labradora fincada en tus terrones

-oh madre de manchegos y numen de visiones-,

viviste, buena Aldonza, tu vida verdadera,

cuando tu amante erguía su lanza justiciera,

y en tu casona blanca ahechando el rubio trigo.

Aquel amor de fuego era por ti y contigo.

Mujeres de la Mancha con el sagrado mote

de Dulcinea, os salve la gloria de Quijote.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                       CXLIII

        DESDE MI RINCÓN 

Elogios

Al libro Castilla,

del maestro "Azorín"

con motivos del mismo

Con este libro de melancolía

toda Castilla a mi rincón me llega;

Castilla la gentil y la bravía,

la parda y la manchega.

¡Castilla, España de los largos ríos

que el mar no ha visto y corre hacia los mares;

Castilla de los páramos sombríos,

Castilla de los negros encinares!

Labriegos transmarinos y pastores

trashumantes -arados y merinos-,

labriegos con talante de señores,

pastores del color de los caminos.

Castilla de grisientos peñascales,

pelados y serrijones,

barbechos y trigales,

malezas y cambrones.

Castilla azafranada y polvorienta,

sin montes, de arreboles purpurinos,

Castilla visionaria y soñolienta

de llanuras, viñedos y molinos.

Castilla -hidalgos de semblante enjuto,

rudos jaques y orondos bodegueros-,

Castilla -trajinantes y arrieros

de ojos inquietos, de mirar astuto-,

mendigos rezadores,

y frailes pordioseros,

boteros, tejedores,

arcadores, perailes, chicarreros,

lechuzos y rufianes,

fulleros y truhanes,

caciques y tahúres y logreros.

¡Oh venta de los montes! -Fuencebada,

Fonfría, Oncala, Manzanal, Robledo-.

¡Mesón de los caminos y posada

de Esquivias, Salas, Almazán, Olmedo!

La ciudad diminuta y la campana

de las monjas que tañe, cristalina...

¡Oh dueña doñeguil tan de mañana

y amor de Juan Ruiz a doña Endrina!

Las comadres -Gerarda y Celestina-.

Los amantes -Fernando y Dorotea-.

¡Oh casa, oh huerto, oh sala silenciosa!

¡Oh divino vasar en donde posa

sus dulces ojos verdes Melibea!

¡Oh jardín de cipreses y rosales,

donde Calisto ensimismado piensa

que tornan con las nubes inmortales

las mismas olas de la mar inmensa!

¡Y este hoy que mira a ayer; y este

mañana que nacerá tan viejo!

¡Y esta esperanza vana

de romper el encanto del espejo!

¡Y esta agua amarga de la fuente ignota!

¡Y este filtrar la gran hipocondría

de España siglo a siglo y gota a gota!

¡Y esta alma de Azorín... y esta alma mía

que está viendo pasar, bajo la frente,

de una España la inmensa galería,

cual pasa del ahogado en la agonía

todo su ayer, vertiginosamente!

Basta, Azorín, yo creo

en el alma sutil de tu Castilla,

y en esa maravilla

de tu hombre triste del balcón, que veo

siempre añorar, la mano en la mejilla.

Contra el gesto del persa, que azotaba

la mar con su cadena;

contra la flecha que el tahúr tiraba

al cielo, creo en la palabra buena.

Desde un pueblo que ayuna y se divierte,

ora y eructa, desde un pueblo impío

que juega al mus, de espaldas a la muerte,

creo en la libertad y en la esperanza,

y en una fe que nace

cuando se busca a Dios y no se le alcanza,

y en el Dios que se lleva y que se hace.

 

                Envío

¡Oh, tú, Azorín, que de la mar de Ulises

viniste al ancho llano

en donde el gran Quijote, el buen Quijano,

soñó con Esplandianes y Amadises;

buen Azorín, por adopción manchego,

que guardas tu alma ibera,

tu corazón de fuego

bajo el regio almidón de tu pechera

-un poco libertario

de cara a la doctrina,

¡admirable Azorín, el reaccionario

por asco de la greña jacobina!-;

pero tranquilo, varonil -la espada

ceñida a la cintura

y con santo rencor acicalada-,

sereno en el umbral de tu aventura!

¡Oh tú, Azorín, escucha: España quiere

surgir, brotar, toda una España empieza!

¿Y ha de helarse en la España que se muere?

¿Ha de ahogarse en la España que bosteza?

Para salvar la nueva epifanía

hay que acudir, ya es hora,

con el hacha y el fuego al nuevo día.

Oye cantar los gallos de la aurora.

 

                                 Baeza, 1913