CXXXIV
LA MUJER MANCHEGA
La
Mancha y sus mujeres... Argamasilla, Infantes
Esquivias,
Valdepeñas, La novia de Cervantes,
y
del manchego heroico, el ama y la sobrina
(el
patio, la alacena, la cueva y la cocina,
la
rueca y la costura, la cuna y la pitanza),
la
esposa de don Diego y la mujer de Panza,
la
hija del ventero, y tantas como están
bajo
la tierra, y tantas que son y que serán
encanto
de manchegos y madres de españoles
por
tierras de lagares, molinos y arreboles.
Es
la mujer manchega garrida y bien plantada,
muy
sobre sí doncella, perfecta de casada.
El
sol de la caliente llanura vinariega
quemó
su piel, mas guarda frescura de bodega
su
corazón. Devota, sabe rezar con fe
para
que Dios nos libre de cuanto no se ve.
Su
obra es la casa -menos celada que en Sevilla,
más
gineceo y menos castillo que en Castilla-.
Y
es del hogar manchego la musa ordenadora;
alinea
los vasares, los lienzos alcanfora;
las
cuentas de la plaza anota en su diario,
cuenta
garbanzos, cuenta las cuentas del rosario.
¿Hay
más? Por estos campos hubo un amor de fuego,
dos
ojos abrasaron un corazón manchego.
¿No
tuvo en esta Mancha su cuna Dulcinea?
¿No
es el Toboso patria de la mujer idea
del
corazón, engendro e imán de corazones,
a
quien varón no impregna y aun parirá varones?
Por
esta Mancha -prados, viñedos y molinos-
que
so el igual del cielo iguala sus caminos,
de
cepas arrugadas en el tostado suelo
y
mustios pastos como raído terciopelo:
por
este seco llano de sol y lejanía,
en
donde el ojo alcanza su pleno mediodía
(un
diminuto bando de pájaros puntea
el
índigo del cielo sobre la blanca aldea,
y
allá se yergue un soto de verdes alamillos,
tras
leguas y más leguas de campos amarillos),
por
esta tierra, lejos del mar y la montaña,
el
ancho reverbero del claro sol de España,
anduvo
un pobre hidalgo ciego de amor un día
-amor
nublóle el juicio: su corazón veía-.
Y
tú, la cerca y lejos, por el inmenso llano
eterna
compañera y estrella de Quijano,
lozana
labradora fincada en tus terrones
-oh
madre de manchegos y numen de visiones-,
viviste,
buena Aldonza, tu vida verdadera,
cuando
tu amante erguía su lanza justiciera,
y
en tu casona blanca ahechando el rubio trigo.
Aquel
amor de fuego era por ti y contigo.
Mujeres
de la Mancha con el sagrado mote
de
Dulcinea, os salve la gloria de Quijote.
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CXLIII
DESDE MI RINCÓN
Elogios
Al
libro Castilla,
del
maestro "Azorín"
con
motivos del mismo
Con
este libro de melancolía
toda
Castilla a mi rincón me llega;
Castilla
la gentil y la bravía,
la
parda y la manchega.
¡Castilla,
España de los largos ríos
que
el mar no ha visto y corre hacia los mares;
Castilla
de los páramos sombríos,
Castilla
de los negros encinares!
Labriegos
transmarinos y pastores
trashumantes
-arados y merinos-,
labriegos
con talante de señores,
pastores
del color de los caminos.
Castilla
de grisientos peñascales,
pelados
y serrijones,
barbechos
y trigales,
malezas
y cambrones.
Castilla
azafranada y polvorienta,
sin
montes, de arreboles purpurinos,
Castilla
visionaria y soñolienta
de
llanuras, viñedos y molinos.
Castilla
-hidalgos de semblante enjuto,
rudos
jaques y orondos bodegueros-,
Castilla
-trajinantes y arrieros
de
ojos inquietos, de mirar astuto-,
mendigos
rezadores,
y
frailes pordioseros,
boteros,
tejedores,
arcadores,
perailes, chicarreros,
lechuzos
y rufianes,
fulleros
y truhanes,
caciques
y tahúres y logreros.
¡Oh
venta de los montes! -Fuencebada,
Fonfría,
Oncala, Manzanal, Robledo-.
¡Mesón
de los caminos y posada
de
Esquivias, Salas, Almazán, Olmedo!
La
ciudad diminuta y la campana
de
las monjas que tañe, cristalina...
¡Oh
dueña doñeguil tan de mañana
y
amor de Juan Ruiz a doña Endrina!
Las
comadres -Gerarda y Celestina-.
Los
amantes -Fernando y Dorotea-.
¡Oh
casa, oh huerto, oh sala silenciosa!
¡Oh
divino vasar en donde posa
sus
dulces ojos verdes Melibea!
¡Oh
jardín de cipreses y rosales,
donde
Calisto ensimismado piensa
que
tornan con las nubes inmortales
las
mismas olas de la mar inmensa!
¡Y
este hoy que mira a ayer; y este
mañana
que nacerá tan viejo!
¡Y
esta esperanza vana
de
romper el encanto del espejo!
¡Y
esta agua amarga de la fuente ignota!
¡Y
este filtrar la gran hipocondría
de
España siglo a siglo y gota a gota!
¡Y
esta alma de Azorín... y esta alma mía
que
está viendo pasar, bajo la frente,
de
una España la inmensa galería,
cual
pasa del ahogado en la agonía
todo
su ayer, vertiginosamente!
Basta,
Azorín, yo creo
en
el alma sutil de tu Castilla,
y
en esa maravilla
de
tu hombre triste del balcón, que veo
siempre
añorar, la mano en la mejilla.
Contra
el gesto del persa, que azotaba
la
mar con su cadena;
contra
la flecha que el tahúr tiraba
al
cielo, creo en la palabra buena.
Desde
un pueblo que ayuna y se divierte,
ora
y eructa, desde un pueblo impío
que
juega al mus, de espaldas a la muerte,
creo
en la libertad y en la esperanza,
y
en una fe que nace
cuando
se busca a Dios y no se le alcanza,
y
en el Dios que se lleva y que se hace.
Envío
¡Oh,
tú, Azorín, que de la mar de Ulises
viniste
al ancho llano
en
donde el gran Quijote, el buen Quijano,
soñó
con Esplandianes y Amadises;
buen
Azorín, por adopción manchego,
que
guardas tu alma ibera,
tu
corazón de fuego
bajo
el regio almidón de tu pechera
-un
poco libertario
de
cara a la doctrina,
¡admirable
Azorín, el reaccionario
por
asco de la greña jacobina!-;
pero
tranquilo, varonil -la espada
ceñida
a la cintura
y
con santo rencor acicalada-,
sereno
en el umbral de tu aventura!
¡Oh
tú, Azorín, escucha: España quiere
surgir,
brotar, toda una España empieza!
¿Y
ha de helarse en la España que se muere?
¿Ha
de ahogarse en la España que bosteza?
Para
salvar la nueva epifanía
hay
que acudir, ya es hora,
con
el hacha y el fuego al nuevo día.
Oye
cantar los gallos de la aurora.
Baeza, 1913 |