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COFRADÍA DEL SEÑOR (I)

por Divina Aparicio de Andrés (1978)

 

 

"tumbando a los niños" (2006)

 

Las cofradías religiosas posiblemente tengan su origen en las asociaciones y hermandades de oficio y gremio y, junto con los concejos abiertos, pueden considerarse como las únicas agrupaciones antiguas que se rigieron por normas de carácter democrático tanto en la toma de decisiones como en la elección popular de sus cargos. [*]

Las hermandades nacieron en Castilla y León entre los siglos X y XII como ligas o confederaciones municipales dispuestas a defender, ante la debilidad de los monarcas, las vidas y haciendas de los ciudadanos. Los municipios se agruparon con el fin de encontrar en la unión y ayuda mutuas una garantía lo suficientemente eficaz para que sus privilegios, libertades, fueros, usos y costumbres fueran respetados. No fueron creadas por los reyes -surgieron del pueblo- pero el poder real las estimuló, las reconoció y acabó por incorporarlas a la organización estatal como medio para luchar contra el creciente poderío y los abusos de la nobleza.

Algunas asociaciones de oficio adoptan la forma de hermandades o cofradías durante el siglo XIII, convirtiéndose en agrupaciones voluntarias y libres que reúnen a mujeres, hombres y niños con finalidades religioso-benéficas: previsión social, auxilio y cooperación mutua entre sus miembros unidos bajo la advocación de un Santo Patrón.

Las hermandades unían a sus fines religiosos otros de carácter marcadamente económico. Así, la Cofradía de Tenderos de Soria atendía la vigilancia de los géneros que se destinaban a la venta. Y la Cofradía de Recueros tenía el privilegio de elegir entre sus miembros los hombres que establecían el precio del vino. Estas dos cofradías sorianas son de las primeras que existieron en Castilla.

Los fondos se cubrieron primero con limosnas, y más tarde con multas y castigos impuestos a sus miembros por el incumplimiento de las ordenanzas. En algunos casos se estableció el sistema de cuotas.

Se acogieron a alguna iglesia o convento para venerar al santo protector. Con el fin de llevar a cabo sus prácticas religioso-benéficas necesitaron de una organización precisa, regida por ordenanzas que determinaron las fórmulas electorales de los cargos y los deberes y obligaciones de los hermanos o cofrades.

La festividad patronal se desarrollaba durante tres días, con vísperas; y se celebraba siempre una misa de difuntos. Como veremos más adelante, tanto los oficios religiosos en recuerdo de los antepasados como la obligación de los cofrades de asistir a ellos serán una constante y una pervivencia en las cofradías que han perdurado hasta hace escasos años.

Los estatutos y el funcionamiento de la Cofradía del Señor en Alcozar son similares a los que se han indicado en los trabajos de la Cofradía de la Veracruz, por lo que nos limitaremos a describir y analizar únicamente los rasgos específicos de la primera.

A esta cofradía pertenecen solamente los hombres casados, sin que exista obligación alguna de ser cofrade. Sin embargo, sabemos que han sido raros los casos de hombres casados que no hayan sido miembros de esta asociación.

Los representantes de la cofradía son: un alcalde, un mayordomo y un alguacil, encargado este último de los libros de cuentas.

Las insignias consisten en unas varas de madera con una representación del cáliz en su extremo superior, siendo este símbolo de mayor tamaño en el caso del alcalde que en el del mayordomo, hecho que interpretamos como un establecimiento de jerarquías.

El alcalde era siempre el hombre de mayor edad entre los casados y que no hubiera ostentado el cargo con anterioridad. El mandato duraba un año y era renovado la víspera del día del Corpus. En la actualidad, y debido al descenso de población producido por la emigración a las grandes ciudades, la normativa ha sido modificada, de forma que un mismo varón puede ser alcalde o mayordomo de la cofradía durante varios años consecutivos, o puede ser nombrado para estos cargos más de una vez.

"sollando" un cordero (1994)

 

La merienda de hermandad se celebra la víspera del día del Corpus, y se rige por las normas habituales a este tipo de celebraciones que han sido descritas en los mencionados trabajos sobre la cofradía de la Veracruz. Sin embargo, debemos hacer notar que en esta ocasión las viandas consisten en carne de cordero y que el alguacil, en tiempos pasados, llevaba un puchero sujeto entre la faja[1] donde, al tiempo de repartir el vino, metía las tajadas que le entregaban los cofrades.

También deberíamos hacer hincapié en el simbolismo del sacrificio del cordero, máxime cuando sabemos que todos los habitantes de la aldea suelen ingerir carne de este animal el día del Corpus. Es un hábito establecido consuetudinariamente y aquellos que no lo hicieran serían considerados algo así como pobres de solemnidad, o tachados de "agarrados" y miserables.

Para el ingreso en la cofradía se había de pagar una pequeña cuota que, en el período de 1910 a 1920 ascendía a siete reales, y, durante los últimos años de cobro efectivo (1940 a 1950) había alcanzado la cifra de 15 pesetas. Esta misma cuota debía ser satisfecha por aquellos varones casados que fijasen su residencia en Alcozar y desearan ser cofrades.

El importe conseguido por este concepto era destinado a la adquisición de velas para el culto y, al contrario de lo que suele ocurrir en la mayoría de las cofradías de este tipo que se han estudiado, las cuotas de la cofradía no son destinadas a auxiliar a los miembros necesitados o a sufragar los gastos de los entierros de los cofrades, aunque no podemos asegurar que no lo fueran en siglos pasados. Desde tiempo inmemorial el segundo extremo se ha resuelto en Alcozar mediante el pago de una "iguala"[2] al cura párroco, en la cual quedan incluidos sus honorarios por oficiar las ceremonias de bautizo, bodas, entierros, etc. de toda la familia. La única obligación que contraían los cofrades en Alcozar se refiere a su asistencia a los entierros y a las "misas de cabo de año" celebradas en memoria de sus "hermanos" difuntos.

Por otra parte, hasta los años cuarenta apenas si se compraban féretros en Alcozar. Los mismos aldeanos los construían para los difuntos de su familia, si bien era frecuente solicitar la ayuda del herrero o de algún vecino que tuviera ligeras nociones de carpintería para componer el ataúd.

Cuando moría algún individuo de familia muy pobre y que no disponía de suficiente madera o clavos para confeccionar el féretro, siempre encontraba algún grupo de vecinos dispuesto a donar el material necesario, pero esto se consideraba como un deber ciudadano y de buena vecindad y siempre quedó al margen de las obligaciones propias de la cofradía.

Para poder entender esta ausencia total de ayuda material entre cofrades, debemos tener en cuenta que ésta quedaba cubierta en Alcozar por las normas y deberes que regían las relaciones de vecindad y que, según creemos, jugaron un papel decisivo en todos aquellos casos en los que se requería colaboración o ayuda de carácter material. Asimismo, hemos de tener presente la existencia en Alcozar de dos "concordias"[3]: la del ganado mular y la del ganado vacuno, que funcionaron con carácter de aparcería y que se encargaron de recoger entre sus socios el dinero necesario que permitiese indemnizar al 

campesino por la pérdida, muerte o enfermedad de alguno de sus animales. Y cuya normativa establecía, al mismo tiempo, reglas de cooperación y ayuda al campesino siniestrado.

Los cofrades debían asistir también a las misas oficiadas los terceros domingos de cada mes. Estas misas eran anunciadas por el alguacil mediante toque de "tambora", quien recorría las calles de la aldea los atardeceres de los sábados que precedían a los mencionados terceros domingos. Asimismo, era obligatoria la asistencia de todos los cofrades a las misas del día de la Ascensión, del día del Corpus Christi y del Domingo del Señor. Estos días señalados los cofrades mantenían una vela encendida durante el tiempo que duraba la misa.

Las velas, como ya se ha señalado, se compraban con los fondos de la cofradía y eran repartidas por el alguacil, quien conocía de antemano el lugar que ocuparía cada uno de los cofrades dentro del recinto de la iglesia, y que procedía a recoger las mismas una vez concluido el acto religioso.

La falta de asistencia a estas misas era sancionada con una multa. Las multas ascendían a 50 céntimos a principios del presente siglo y a 10 pesetas en los años cuarenta; posteriormente dejaron de cobrarse.

A fin de controlar la asistencia, el alcalde de la cofradía, una vez acabada la misa y mientras las mujeres permanecían en la iglesia rezando la plegaria[4], congregaba a todos los cofrades alrededor de un viejo olmo que crecía en la plazoleta de la iglesia y procedía a pasar lista y a anotar las ausencias, tras lo cual, entregaba sus apuntes al alguacil para que procediera al cobro de las multas.

 

cruz procesional

 

Acabada la misa de los días que hemos mencionado, tenía lugar la correspondiente procesión alrededor de la iglesia. El sacerdote, bajo palio sostenido por los seis cofrades de mayor edad, guiaba la comitiva con la custodia en las manos en ademán de bendecir la aldea y los campos circundantes, mientras que los monaguillos quemaban incienso.

Esta ceremonia podría ser considerada como una cristianización de ritos propiciatorios a la Naturaleza, en tanto que en la bendición de los hogares podría verse un intento de preservarlos de la influencia de espíritus malignos.

De vuelta a la iglesia, los representantes de la cofradía y las autoridades locales pasaban a adorar la custodia, mientras que el resto de la concurrencia elevaba sus plegarias y cánticos, y el alguacil seguía repicando la "tambora".

La "tambora" (tambor pequeño y con nombre femenino) al margen de la finalidad apuntada, se repicaba por los alrededores del castillo cuando se avecinaba alguna tormenta y el campesino barruntaba que ésta acabaría por descargar un pedrisco sobre sus campos, lo que significa que se atribuyeron a este instrumento poderes mágicos o sobrenaturales capaces de preservar la aldea de los siempre temidos pedriscos y de desviar las tormentas hacia las localidades vecinas.

Encontramos una mezcla de elementos sagrados y profanos, ya que, el mismo objeto que servía para glorificar a Dios durante determinados actos o festividades, era empleado en técnicas de manipulación de los poderes cósmicos. Por otra parte, no debe olvidarse el sentido de culpabilidad que inculcaban en el individuo las ideas religiosas imperantes en aquella época, de modo que el campesino siempre pensó que sus desgracias materiales eran consecuencia directa de su comportamiento y, en consecuencia, el castigo que recibían por sus pecados o acciones punibles.

Con motivo de la festividad del Corpus, patrono de la Cofradía del Señor, tenía lugar en Alcozar uno de los que podríamos considerar como ritos de pasaje, denominado "tumbar a los niños" o "poner en corto". Todos los niños que habían nacido durante el año contando a partir de la festividad del Corpus del año anterior y sin distinción de sexo, eran colocados bajo una especie de altar que se erigía alternativamente en la Plaza o en la calle Real a este fin. El sacerdote bendecía a los nuevos retoños durante la procesión que tenía lugar una vez finalizada la misa y cuyo escenario era la calle principal que recorre la aldea de un extremo al otro. Esta ceremonia se correspondería con el paso del bebé a niño y que en Alcozar, como ya hemos señalado, se denominaba "poner en corto".

"Poner en corto" significaba que, aquellos niños que ya habían cumplido algunos meses, abandonaban las mantillas en las que habían permanecido envueltos durante su más tierna infancia, cambiando su indumentaria anterior por el vestido en el caso de las niñas y por los pantalones cortos cuando se trataba de niños. Este será el primer acto público en el que aparece la diferenciación sexual que marcará desde este momento y para el futuro unas obligaciones y unas pautas de conducta diferentes para cada uno de los dos sexos. Esta diferenciación, como podemos comprobar, se producía a edad bien temprana.

Cada año, y como quiera que siempre ha existido una notoria rivalidad entre el "barrio de arriba" y el "barrio de abajo", el altar era construido alternativamente un año en la Plaza (barrio de arriba) y el siguiente en la calle Real (barrio de abajo). Las mujeres, animadas por un sentimiento de competitividad derivado de la rivalidad aludida, se disponían a primera hora de la mañana a preparar el altarcillo. A este fin utilizaban sábanas bordadas en blanco y colchas de este mismo color, que colocaban en la pared de alguna casa. A ambos lados se disponían las macetas más floridas de todo el barrio, procurando que sus flores fueran igualmente blancas para no desentonar con el decorado general y con la vestimenta de los niños que, como símbolo de pureza, solía ser de esta misma tonalidad. Por último, se colocaban algunas almohadas donde apoyaban la cabeza aquellos niños que, debido a su corta edad, no eran capaces de mantenerse sentados todavía.

Llegada la procesión al lugar en que había sido erigido el altar, se detenía la comitiva y el sacerdote, con la patena en la mano y colocado frente a los niños, procedía a bendecirles, tras lo cual, la procesión proseguía por la arteria principal de la aldea.

Aunque queda al margen del tema que estamos tratando, queremos señalar que los aldeanos poseen un sistema peculiar para medir el tiempo; sistema referencial por el que se recurre a algún acontecimiento importante o fecha clave dentro de la vida de la comunidad. Este rito de "tumbar a los niños" sirvió con frecuencia como punto de referencia para calcular la edad de las personas. Así, por ejemplo, se decía: "Debe tener ahora 12 o 13 años, "le tumbaron" con el Juan de la Teresa, y éste cumplió los trece por San Blas". Esta es una pequeña prueba de las múltiples que podríamos encontrar para demostrar que los campesinos pocas veces miden el tiempo a través de relojes, sino que se rigen por el calendario festivo propio de cada comunidad local.


[1] Las fajas masculinas de entonces consistían en una tira larga de tela que se enrollaba con varias vueltas alrededor de la cintura, y que servía al mismo tiempo para sujetar los pantalones sin necesidad de cinturón.

[2] Cuota anual que se solía pagar en especies -generalmente trigo- hasta hace algunos años a cambio de los servicios prestados por algunos profesionales (barbero, herrero, muletero, sacristán, médico, sacerdote, etc.).

[3] Asociaciones de colaboración y ayuda mutua que al mismo tiempo servían para repartir los gastos de mantenimiento de muleteros o vaqueros y para asegurar el percibo del precio de los animales en el caso de muerte o inutilidad.

[4] Oraciones que se rezaban en memoria de los difuntos de la comunidad. Hasta la "misa de cabo de año" este servicio quedaba incluido en la "iguala" que cada vecino pagaba anualmente al cura párroco; transcurrido este tiempo, la familia del difunto debía pagar una cuota si deseaba que éste permaneciera en la mencionada plegaria.

 

[*] A pesar de lo que se aseguraba en los apartados de la Cofradía de la Veracruz y la del Señor: “Las únicas asociaciones de carácter religioso que han existido en Alcozar durante los últimos siglos han sido las cofradías: Cofradía de la Veracruz y Cofradía del Señor, ambas de ámbito local”, una revisión posterior de los documentos custodiados en el Archivo Histórico Diocesano de El Burgo de Osma, nos ha sacado de ese error. Además de las dos cofradías mencionadas, existieron en Alcozar por lo menos otras dos: la Cofradía del Rosario y la de la Virgen del Vallejo.


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