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De lo que aconteciera a Don Quijote al tropezarse[i] con el ánima de Almanzor

por Divina Aparicio de Andrés (2005)

 

Don Quijote y Almanzor en Piedra Sillada

 

Marcharon don Quijote y Sancho por el camino de Alcozar, donde los dejara años ha Francisco Redondo Ceresuela. Pasaron por Velilla de San Esteban, cenaron sopas recochas[ii] y durmieron en la posada, mas  no les aconteció cosa digna de mención ni de ponerse en escritura.

La del alba sería cuando Sancho ensilló a Rocinante, colocó la albarda a su jumento, y porfió con don Quijote sobre cuál sería el más derecho camino para llegar a Piedra Sillada. Determinóse al fin el hidalgo a cabalgar campo a través y Sancho a callar, no tanto por dar gusto a su señor en todo, como por temor a sus acostumbradas algarazadas[iii].

—No hay para qué darse prisa, que no por mucho madrugar, amanece más temprano. Y mejor hubiera querido yo quedarme un rato más en la piltra[iv] que andar por estos mundos de Dios en busca de aventuras. Y sepa, vuesa merced, que tanto se me da no gobernar otra ínsula jamás de los jamases, porque la avaricia rompe el saco y más vale pájaro en mano que ciento volando.

Cabalgaron como cosa de legua y media y al punto se vieron en medio de un pedruscal. Don Quijote iba cabizbajo y meditabundo; Sancho rezongando[v] porque había de andar con tiento para que los cantos y terrones no le amolasen los pies, malhadasen[vi] sus albarcas o acabase sufriendo alguna torcedura.

—Sábete, Sancho —dijo don Quijote— que aquí se libró una grandísima batalla entre agarenos y cristianos. Y la tal lid dicen los libros que tuvo por nombre Piedra Sillada.

—Yo me barrunto —contestó Sancho— que la ganaron los moros, y que a los nuestros les arrearon una somanta de palos que quedaron arrenguillados por el resto de sus días. Aunque esa guerra debe venir de abuelorios y de tiempos de Maricastaña.

Has de decir derrengados, Sancho, y no arrenguillados; y abolorios y no abuelorios.

¡Deje vuesa merced de zaherirme los vocablos y no me venga con monsergas ni zarandajas! que ni pisé la escuela ni soy hombre leído, pero bien se me alcanza que no se precisan latines para aparejar un burro.

Hizo don Quijote como quien oye llover, no atendió a las quejas de Sancho y prosiguió su plática.

Y el hombre prudente, así lo sepa a ciencia cierta, se cuidará muy mucho de decir que tal o cual batalla fue ganada por los moros o los turcos, y afirmará solemnemente, y aun jurándolo si menester fuere ante los Evangelios, donde más largamente se contiene, que salieron victoriosos los cristianos. Pues la experiencia, que es la madre de la ciencia, nos enseña que no hay que llamar al mal tiempo y ya sabes que en más de una ocasión desde que andamos por estos andurriales...¡con la iglesia hemos topado, amigo Sancho!

En llegando a una pequeña explanada bordeada por un arroyo, buscaron una encina de abundante copa y pusiéronse a almorzar a la sombra de la mosquera[vii]. Sancho sacó de las alforjas las viandas mercadas el día anterior en una cantina de San Esteban de Gormaz. Mas, cuando pensaba en ponerse como el chiquillo del esquilador[viii] —porque su amo andaba falto de apetito y empeñado en hacer rancho aparte[ix] y mientras pingaba la bota para beber vino a chinguete[x], alzóse el Caballero de la Triste Figura de una revolada y comenzó a trastabillar[xi] tropezando con la celada y el yelmo de Mambrino que su escudero allí en medio había dejado empantanados[xii] por mor de la comida.

Profería el hidalgo maldiciones contra Almanzor y todos los de su ralea y no paraba de señalar con la lanza la hendidura que cortaba como a cuchillo dos descomunales rocas que a poco trecho se veían.

¡Téngase, mi amo! ¡Qué ánima de Almanzor ni que ocho cuartos! Aquello que se divisa al otro lado del barranco, justo frente por frente de aquella chaparra, no es sino pedrusco de más de setecientas mil arrobas.

Eso es lo que a ti se te parece, Sancho, porque eres mentecato, mastueszo, majadero y mostrenco y no te cabe en la molondra[xiii] el espíritu de la andante caballería. Que hasta tengo para mí que a ti te viene como anillo al dedo aquello de que predicar en desierto es sermón perdido.

Pues aunque no esté la Magdalena para tafetanes ni el horno para bollos, ha tiempo que quería preguntar a vuesa merced por qué a los hombres, cuando se les quiere poner de hoja de perejil y como chupa de dómine, se acostumbra usar alguna palabra que empiece por eme, por contra de lo que se estila para las mujeres, que siempre les decimos putas, pelanduscas, pendones, pandorgas[xiv], panarros[xv]... vocablos todos ellos que principian por pe.

—¡Ay, Sancho, Sancho, cómo te tengo guilado[xvi] y qué bien discurres en lo tocante a gramática parda!

Serenóse un tanto don  Quijote con estas y otras ocurrencias que Sancho iba hilvanando para distraer la atención de su amo y ver si podía volver por la pitanza, pero todo su intento resultó como dar coces contra el aguijón.

—No te saldrás con la tuya, maldecida y errante ánima de al-Mansur bi-Allah, que aquí está el Caballero de los Leones, flor y nata de la caballería andante, para vengar la muerte de Garci Fernández, segundo conde de Castilla. ¡Santiago y cierra España!. Nadie podrá detener mi fuerte brazo, ni mis huesos hallarán reposo hasta verte morder el polvo que yo piso.

Desgañitábase Sancho desde la mojonera de Langa gritando a voz en cuello que aquello, se mirase como se mirase, no era otra cosa sino pedruscote, a las cuales voces don Quijote seguía haciendo oídos sordos. Y persignándose tres veces, encomendándose a su señora Dulcinea, y encasquetando el yelmo de Mambrino en su mollera[xvii], arremetió con tal brío contra la roca que la lanza quedo echa chitos[xviii], Rocinante pego la espantada y el hidalgo rodó ladera abajo con un repique como de campana en día gordo; tal era la música que escudo, coraza y celada hacían al chocar contra las piedras.

Detúvose al fin su maltrecho cuerpo en un ribazo, quedando de bocabuzos[xix], y allí acudió su fiel escudero temiendo hallar a su amo dando las últimas boqueadas, y hasta túvole por muerto en viendo que no se alzaba. Por fin pudo levantar la cabeza don Quijote y susurró:

—Dime, hijo, Sancho ¿sabes por dónde ha traspuesto esa condenada ánima de Almanzor, porque no sería yo quien soy si no acabara con ese desalmado malandrín.

—Por los cerros de Úbeda, mi señor; por allí talmente ha desaparecido. Y déjese de aventuras y majaderías y lleguémonos al pueblo, que ahí mesmo se divisa su castillo, porque le bizmen a vuesa merced de arriba abajo, que tengo para mí que debe estar más quebrado que el Cristo de Berzosa. Y, si no colchón de plumas, a lo menos nos dejarán dormir a pierna suelta en pajar de pobrero[xx].

—No haremos tal, Sancho, que en tus alforjas aún debe quedar algo de aquel ungüento milagroso que podrá sanarme estas tres muelas que una coz de Rocinante me ha hecho saltar por los aires y que ahí se hallan entre esos matojos.

—Déjese de mejunjes, que eso es como el que tiene tos y se rasca la barriga, o como la copla aquella que me cantaba mi abuela, cuando niño; que en haciéndome un chichón, presto agarraba la llave de atrancar[xxi] la puerta y colocándola sobre mi frente, me decía: cura, sana; cura, sana; si no te curas hoy, te curarás mañana. Y espero, para bien de toda la humanidad, que de entre las muelas perdidas no haya sido alguna la del juicio, porque no anda vuesa merced muy sobrado deso.

—Chitón, espantajo, ¿vas a decir que tu amo está falto de juicio?.

—Sí digo —respondió Sancho— y también que puede vuestra señoría morirse de hambre si le da la real gana, o armar zaragatas[xxii] a troche y moche, porque lo que es yo, me vuelvo a la manducatoria[xxiii] y hoy paz y mañana gloria.  

 


[i] Encontrarse, coincidir en el mismo lugar.

[ii] Recocidas.

[iii] Reprimendas, rapapolvos, broncas, sermones.

[iv] Cama, lecho.

[v] Gruñendo, refunfuñando.

[vi] Estropeasen, desgastasen.

[vii] En lugar resguardado del sol al que no acuden las moscas.

[viii] Hartarse, comer hasta reventar.

[ix] Comer por separado y distintos alimentos.

[x] Beber dejando caer el chorro, como escanciado, desde lo alto.

[xi] Tambalearse, caminar dando tumbos.

[xii] Esparcidos sin ningún orden y sirviendo de estorbo.

[xiii] Cabeza, testa.

[xiv] Mujeres gordas y perezosas.

[xv] Mujeres que permanecen sentadas y ociosas.

[xvi] Te conozco; adivino tus intenciones.

[xvi] Te conozco; adivino tus intenciones.

[xvii] Cabeza, cráneo.

[xviii] Añicos, pedazos pequeños.

[xix] Boca abajo, caído de bruces.

[xx] Pajar en el que dormían los pobres de solemnidad que recorrían los pueblos pidiendo limosna.

[xxi] Cerrar imposibilitando que se pueda abrir desde fuera.

[xxii] Alborotos, pendencias, trifulcas.

[xxiii] Comida, provisiones.