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Del singular combate que el Ingenioso Hidalgo sostuvo en la Ribera contra los gigantes Lairón y Madalena

por Francisco Redondo Ceresuela (1997)

Publicado en el Programa Oficial de Fiestas de San Esteban de Gormaz, 1997

Dibujo de Eduardo Esteban Muñecas, 1997

(cedido por Fernando García)

 

Tras el breve descanso nocturno en la venta de Osma, en la cual Don Quijote y el pobre de Sancho se habían recuperado del molimiento de huesos citado en el capítulo anterior, salieron ambos al alba tan lozanos y contentos, que hasta el propio Rocinante iba marcando un trotecillo garboso y picarón.

Por la antigua calzada atraviesan el cerro de la Nevera llegando poco después a las puertas de Quintanilla o Las Quintanillas (que sobre esto, Cide Hamete Benengeli muestra sus diferentes versiones). Y quiso el azar que Rocinante tomara el camino de la izquierda que subía a un paraje conocido por la Atalaya. Por creer Don Quijote que el destino del caballero andante estaba ligado a la libertad de las riendas de su caballo, dijo a Sancho:

- Gran aventura nos reserva el cielo mi buen Sancho, pues Rocinante, al soslayo y al zaino, ha tomado el sendero que le demanda su instinto de corcel.

- Mire bien vuestra merced no se trate de una artimaña de ese sabio encantador y enemigo suyo, Fristón, y vea aumentado el peso de mis espaldas con otros tantos mamporros y mojicones que no ha mucho los recibí a espuertas.

- No temas mamporros y mojicones Sancho que la suerte, esquiva hasta ahora, ha de torcer y ha de hacer merecida justicia a los que por profesión tenemos andar por los caminos enderezando entuertos y desfaciendo agravios.

- Pues dése prisa en buscalla que mis huesos desfallecerán de tanto molimiento antes de alcanzar cualquier ínsula o el mismo Imperio de Trapisonda.

- Juro por las leyes de caballería que no habrá caballero en la tierra que te ponga la mano encima sin probar la fuerza de mi valeroso brazo. Y calla Sancho que quiero mostrarte desde la cima de la Atalaya toda la vega del Durio, que por este nombre así lo menciona el gran geógrafo griego Estrabón.

Y en diciendo estas palabras llegaron arriba del altillo desde donde se divisan los montes de Somosierra, el Urbión y el Moncayo. De esta manera lo estaba relatando Don Quijote a Sancho cuando, al poner los ojos a poniente, exclamó:

- ¡Oh venturoso día que al alba llegaste para mostrar al mundo la más grande fazaña que pudiera narrarse en los libros de caballerías!. ¿No ves, Sancho, esas dos enormes siluetas que cortan los cielos a la vera de San Esteban, allá por donde el sol ha de ocultarse?.

- ¡Por Dios que las veo y juro que en sólo mirallas se enternecen mis posaderas!.

- Bien te creo mi fiel escudero, pues las aventuras no están hechas para los melindrosos. Sábete Sancho, que aquellas dos figuras que a lo lejos ves son los gigantes Lairón y Madalena, hijos del gran Mefistón de Cameros que fue el hacedor de todos los cauces de afluentes y arroyos del Durio entrantes por la derecha, allá por los tiempos de Matusalén. Y has de saber, que estos dos gigantes quedaron por estas tierras y tienen atemorizados a las gentes que por aquí habitan: agora malferiendo sus cosechas, agora gozando de sus hidalgos y doncellas.

- Malos son en verdad, mi señor, esos Fanfarrón y Malapena por echar a perder comida, hidalgos y doncellas.

- Dirás Lairón y Madalena, que así son sus nombres en el gran libro de caballerías "Cilindrín de Gamusinos", donde se cuentan las aventuras del afortunado Mazgor de Gormaz.

- Pues Lairón o Fanfarrón, qué más da, si es un bellaco y un gran malandrín.

- Razón tienes, y los bellacos merecen justicia. Dame un poco del bálsamo de Fierabrás por si resulto malferido y encájame el yelmo de Mambrino, que este agravio que pienso desfacer necesita de todos los cuidados.

Y bajándose la celada y poniendo la lanza en ristre, espolea a Rocinante hacia la vega por ser de caballeros la lucha en campo abierto.

- ¡Tenga cuidado vuestra merced y avíseme si hay molimiento de costillas para no entrar yo en pendencias!.

Pero Don quijote ya no escuchaba. Encendido en cólera, se encomendó a la sin par Dulcinea del Toboso y acometió a los gigantes. Primero alanceó a Madalena atravesándola los ojos. Viendo Don Quijote el éxito de su primer encuentro y que su rival no se movía, se dirige hacia Lairón: "¡Non fuyades cobarde criatura, que hoy sabrás de la orden que profeso!". Y a su Dulcinea: "Socorre señora a tu cautivo caballero que tan gran fazaña está atendiendo, donde finalmente he de vencer o rendir". Acabadas estas palabras comenzó a alancear a Lairón con tanta fuerza que le atravesó un hombro al primer envite. Como quiera que Lairón tampoco se movía, dio por terminada su aventura, y bajándose de Rocinante, desenvainó la espada levantándola al cielo:

- ¡Vos, Lairón y Madalena, vencidos por el Caballero de la Triste Figura, habéis de prometerme ahora mismo de ir al Toboso y presentaros de mi parte a la sin par Dulcinea!.

En esto que llegaba Sancho a lomos de su jumento, y viendo el feliz término de la aventura, sacó la bota de vino y en dos tientos la aflojó a la mitad, contento en verse ya gobernador de una ínsula cualquiera. Pero mirando fijamente a los gigantes, dijo asombrado:

- Mire bien mi amo, que estos Fanfarrón y Malapena más parecen montañas que gigantes malferidos.

A lo cual, Don Quijote, abrió los ojos tanto como pudo, y reparando en las certeras palabras de su escudero, exclamó:

- ¡Voto al diablo que ese sabio Frestón ha hecho un gran encantamiento con los gigantes Lairón y Madalena, convirtiéndolos en piedra por quitarme la gloria de su vencimiento!. Pero no te aflijas mi buen Sancho, que lugar y aventura habrá para ganar mi fama y tu deseada ínsula, y como diría el viejo dicho: “Post tenebris spero lucem“.

- Yo, mi señor, me doy por satisfecho al ver mis costillas todas y enteras.

Y dicho esto, tomaron el camino de Alcubilla de Avellaneda cuando ya el sol apretaba con fuerza las tierras de Castilla.

Cuenta la tradición, que fue el mismo Cide Hamete Benengeli, escritor arábigo, quien suprimió este capítulo del libro llamado El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, pues, a pesar de relatarse hechos ciertos y probados, no quiso dar conocimiento de la vega de San Esteban de Gormaz, que tan tormentosos recuerdos le producían las derrotas allí sufridas por sus parientes los árabes. Si, querido lector, alguna duda sobre su veracidad te asaltase, ve a la villa de San Esteban: allí encontrarás a los gigantes Lairón y Madalena lanceados y petrificados.