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SOCIEDAD Y CICLO VITAL EN UNA ALDEA SORIANA: ALCOZAR

por Divina Aparicio de Andrés (1987-1979)

(publicado en Cuadernos de Etnología Soriana, nº 9, Soria, 2002)

 

casas en ruinas (calle Angosta - 2001)

CAPÍTULOS:

  Sociedad

  Nacimiento

  Embarazo

  Parto

  Supersticiones - "mal de ojo"

  Cuarentena

  Innominados

  "Taleguillos"

  Hijos ilegítimos y naturales

  Bautizo

  "Tumbar a los niños"

  Primera Comunión

  Asociaciones de solteros

  El "zarragón"

  Noviazgo

  Amonestaciones

  La boda

  Ceremonia de la boda

  Los festejos de la boda

  Primer año de matrimonio

  Muerte

  Después de la muerte


SOCIEDAD

 

 

Término municipal

 

La calidad de miembro del pueblo se adquiere, en primer lugar, por nacimiento. Los nacidos en la localidad son “hijos del pueblo” hasta el día de su muerte, prescindiendo de su lugar de residencia. La vecindad se adquiere por empadronamiento.

Los habitantes de Alcozar reciben el apodo o sobrenombre colectivo de gatos.

Según aseguran los moradores de la aldea, este mote les ha sido impuesto por la frecuencia   con   que usan la palabra "mia" o "mia si", que son utilizadas como localismos y no se emplean en los pueblos vecinos. Se aplican  para  negar  rotundamente  algo,  o bien  para poner en duda una aseveración ajena. Por ejemplo: "mia si ha traído albérchigos, lo único unas cuantas peras modorras"; o "mia si no va a llover, a ver si tenemos que volver a casa a escape".

Estos apodos colectivos son utilizados cuando surgen conflictos entre grupos pertenecientes a diferentes pueblos, y se manifiestan, así como la hostilidad que conllevan, en diversas costumbres. Era habitual, por ejemplo,  que los jóvenes de una determinada aldea se opusieran a las visitas de los denominados "forasteros", especialmente si el propósito de éstos últimos era cortejar a las muchachas de la vecindad. En estas ocasiones "los forasteros" podían ser apedreados, ya que los mozos creían tener ciertos derechos sobre las jóvenes de su localidad.

Alcozar, al igual que los pueblos vecinos, posee sus propias coplas y una serie de refranes y anécdotas destinadas a loar las excelencias propias y a vilipendiar los supuestos defectos de las aldeas cercanas. Las estrofas son múltiples, por lo que se recogen aquí únicamente las que consideramos más significativas.

(1)    En Velilla de Duero las hay hermosas,

las cubas del tio Leto, que no las mozas.

(2) Langa pitanga, / Zuzones y La Vid

tocan a misa / con un tamboril.

Tocan en Guma, / repican en Aldea,

todos los más burros / son los de Morcuera.

(3) Al entrar en este pueblo, / lo primero que se ve

son las ventanas abiertas / y la casa sin barrer.

(4) Santa Cristina bendita, / a qué pueblo te han traído:

las mujeres sin peinar / y borrachos los maridos.

Entre las letrillas cantadas para enaltecer las virtudes propias, hemos recogido las que siguen:

(I) Somos de Alcozar, señores; / no lo podemos negar,

y por eso les decimos: / ¡viva la formalidad!

(II) Dicen que Alcozar es feo / porque no tiene balcones,

 pero tiene unas chavalas / que roban los corazones.

(III) En Alcozar no hay tranvía; / tampoco tenemos metro,

pero tenemos un vino / que resucita a los muertos.

La rivalidad entre jóvenes tuvo antaño su máximo exponente durante las fiestas patronales. En Alcozar, el hecho de haber sido siempre más numeroso el grupo de muchachos que el de chicas, provocó más de un altercado, aunque estas luchas han ido remitiendo con el paso del tiempo, y hoy tienden a desaparecer.

En contra de lo que pudiera suponerse por lo anteriormente expuesto, prestar ayuda a "los forasteros" se consideró como un verdadero deber, y los alcozareños, a excepción de en las ocasiones que hemos apuntado, se mostraron siempre hospitalarios y trataron a sus visitantes con amabilidad y consideración.

Similar rivalidad existió entre los habitantes de "el barrio de arriba" y los de "el barrio de abajo", que también se plasmó en la consiguiente letrilla: "los del barrio arriba, patas arriba; los del barrio abajo, cabeza abajo".

Los miembros de la comunidad gozan de una cierta igualdad social. No podemos en este caso hablar de "estratificación social" propiamente dicha, a pesar de que existen dos grupos de familias económicamente diferenciadas. Al primero corresponderían aquéllas con capacidad para mecanizar sus campos, y al segundo las que disponían de poca tierra y que en tiempos pasados incluso alquilaron su fuerza de trabajo, si bien los braceros no fueron nunca numerosos y sus contratos eran predominantemente temporales, reduciéndose a las épocas de la recolección y de la vendimia. Sólo en la fábrica de harinas hubo, y los hay todavía, obreros fijos. Estos cobraban en concepto de salario, en el año 1925, 3 pesetas diarias los fijos y 1,50 los eventuales. Diez años más tarde los sueldos habían ascendido a 5 y 3 pesetas respectivamente y actualmente (año 1978) perciben 800/1.000 pesetas diarias.

Tras el éxodo rural, el escaso número de braceros ha disminuido todavía más. Cada familia debe realizar los trabajos agrícolas con la mano de obra de que dispone, ocupándose, aquellos que poseen tractores y maquinaria agrícola, de realizar las faenas más penosas y suplir la falta de brazos jóvenes en aquellas familias en las que sólo el matrimonio o el viudo/viuda reside en la aldea. Con la mecanización del campo, el trabajo se ha reducido considerablemente. De cualquier forma, la población activa es insuficiente para atender todas las labores agrícolas y la maquinaria está infrautilizada a pesar de que existen extensiones de tierra sin labrar.

 

Casco urbano. Instituto Geográfico Nacional

 

Los campesinos han conseguido establecer una especie de "asociaciones" dirigidas a la cooperación de algunos miembros de cada familia para realizar los trabajos en conjunto. Estas asociaciones no se rigen por ningún tipo de estatutos; ni siquiera son siempre  las mismas  personas  las que se unen para trabajar. Los agricultores, en vista de que lo más acuciante era solucionar el problema de la mano de obra, a veces se agrupan en cuadrillas y salen al campo a realizar las faenas que requieren la fuerza física, la habilidad o destreza de varias personas unidas. Generalmente son tres o cuatro hombres vecinos los que se ayudan mutuamente durante la recolección, la siembra, etc. y especialmente en la época de la vendimia. Salen por la mañana todos juntos hacia las tierras de un determinado miembro de la cuadrilla y, una vez han acabadas las labores en éstas, siguen con las parcelas de los componentes restantes. O, independientemente de quien sea el propietario, van realizando las faenas requeridas en cualquier tierra propiedad del grupo siguiendo una ruta previamente establecida.

Este mismo sistema de cooperación  también es utilizado cuando lo que se necesita es componer una "yunta" de labor. Generalmente se unen dos "machos" que posean una fuerza física similar. Cuando uno de los dos miembros de esta "cooperativa" necesita realizar un trabajo para el que requiere las dos caballerías, no tiene más que avisar al otro "socio" y viceversa con tal de organizar las necesidades mutuas. De esta forma, se ha con seguido que no sea necesario mantener una "yunta" de labor por familia, y los pocos "machos" que todavía quedan en la aldea son prestados por unos vecinos a otros. Con estas asociaciones de vecindad y el hecho de que los trabajos más pesados sean realizados por los agricultores que poseen maquinaría, se ha logrado liberar a las mujeres de los trabajos del campo, al que acuden únicamente en casos muy específicos, pudiéndose dedicar casi exclusivamente a las faenas domésticas.

La mayor parte de los aldeanos se dirigen unos a otros por sus nombres de pila, y, a pesar de que prácticamente todos poseen un sobrenombre o apodo, se considera de mala educación usarlo al hablar con el interesado, si bien se utiliza habitualmente fuera de su presencia. La menor excentricidad es premiada con un mote, que progresivamente llegará a ser  empleado por todos los habitantes del pueblo. Con el tiempo, incluso traspasa las barreras locales y llega a extenderse por los pueblos vecinos. El tuteo es habitual en las conversaciones cotidianas, reservándose el "usted" únicamente para las personas muy mayores y, en tiempos pasados, para las "autoridades" y los padres.

Prevalece un amplio sentido de solidaridad. Cuando todavía existían dos tiendas de ultramarinos, todas las familias procuraban comprar en ambas, pues, como dicen los alcozareños: "hay que vivir con todos". Cuando un niño es herido por otro durante sus juegos, se prefiere acudir al médico diciendo que la herida fue consecuencia de una caída, ya que se teme que, de descubrirse la verdad, el hecho acabe ante el juez de paz o ante la Guardia Civil. Lo mismo ha ocurrido cuando alguien ha atropellado con el tractor o con el coche a algún vecino de la aldea. La norma general es evitar que intervenga la justicia y se prefiere solucionar estos asuntos por medio de acuerdos mutuos entre las familias implicadas y siempre de la mejor forma posible.

La unidad moral del pueblo se consigue a través de una opinión publica activa. La gente vive tan cerca que la intimidad se hace prácticamente imposible. Cualquier acontecimiento es considerado como algo que afecta a toda la comunidad y es comentado ampliamente. Esta falta de intimidad lleva a los naturales del pueblo a dominar el arte de la intriga.

La vida pública se refleja principalmente en las reuniones que celebran los mayores de 25 años ("ir a órdenes") en las que se toman las decisiones por las que se habrá de regir la comunidad.

 

 

Todo varón que reúna las condiciones necesarias para asistir a dichas asambleas, tiene derecho a exponer sus ideas, para lo que deberá ponerse en pie, "descubrirse" (quitarse la boina o el sombrero) y decir: "pido la palabra, señor alcalde o señor presidente", dependiendo de si se trata de una reunión de Ayuntamiento o lo es de la Hermandad. En caso de no llegar a un acuerdo, se hará lo que decidan el alcalde y los concejales o se nombrará una junta encargada de estudiar el problema y sus posibles soluciones. Si alguien insiste constantemente en una idea que el resto de los reunidos no considera idónea o simplemente lógica, éste puede ser expulsado del salón de actos por el alcalde, aunque esto sólo ocurre cuando algún asistente insiste en imponer un criterio no compartido por los demás o se conduce de forma incorrecta a lo largo de las discusiones.

Otros puntos de reunión de los hombres son las bodegas, donde suelen pasar parte de la tarde los días festivos hablando sobre las cosechas y los asuntos que preocupan a la comunidad. Acostumbran a reunirse a la puerta de una bodega (casi todas las familias poseen bodega propia o arrendada) seis u ocho vecinos o amigos de la infancia, donde meriendan lo que ha llevado cada uno de ellos de su casa y beben vino de la bodega a cuya puerta están sentados. Generalmente aprovechan la ocasión para probar los vinos de las bodegas de todos los reunidos y para hacer algún comentario sobre la calidad de los mismos.

El alcozareño no suele enojarse si alguien comenta que su vino no es bueno, pues considera que en la calidad del mismo intervienen varios factores, algunos de los cuales no dependen directamente de su destreza en podar las cepas, lavar las cubas, etc. Incluso, ellos mismos ponen en antecedentes al catador cuando saben que su vino no es excelente. Sin embargo, el hecho de que los remolachares de un determinado vecino sean los mejores de El Soto, hace sentirse halagado al agricultor en cuestión, que se considera conocedor de las técnicas que deben emplearse para conseguir una buena calidad de remolacha; se supone que ha manejado bien el arado y que no ha escatimado trabajo alguno para cuidar sus tierras como es debido. La tierra fue escasa hasta hace algunos años y todo campesino luchó por conseguir un palmo más de tan cotizado tesoro. Por eso, aun cuando hoy, debido al número de habitantes, el terreno  de que dispone cada uno es muy amplio, todavía ven con malos ojos el que éste quede baldío.

 

jugando a las cartas (1975)

 

Volviendo al tema de las reuniones, hemos de añadir por último que, los aficionados a jugar al "subastao" tienen también establecidas sus cuadrillas de juego, dedicando parte de las tardes de los días festivos en corrillos de hombres pensativos que meditan sus jugadas. Los hombres y las mujeres no se mezclan en las reuniones y cada grupo sexual cuenta con sus propios puntos de encuentro. Las mujeres se reúnen principalmente en el lavadero, los corros de labor y los grupos que se forman  para jugar  al  "julepe".

De las reuniones en el lavadero parte la mayoría de las disputas femeninas. Los corros de labor se forman durante los días en que el buen tiempo permite pasar las tardes al sol o a la sombra. Varias vecinas se unen para repasar la ropa o para hacer labores de ganchillo. Aprovechan estas ocasiones para intercambiar chismes y comentar los acontecimientos cotidianos y las noticias que hayan llegado al pueblo procedentes de algún familiar afincado en lejanas ciudades.

Los corros formados a fin de jugar al "julepe" son propios de las tardes de los días festivos y se juega también en la calle cuando el tiempo lo permite, escogiendo alguna casa vecina cuando hace demasiado frío. Se apuesta poco dinero, de forma que a lo largo de toda una tarde no se puede perder o ganar más de una o dos pesetas por jugadora. Al efecto de poder apostar pequeñas cantidades, se utilizan judías o garbanzos, de manera que diez unidades equivalen a una peseta actualmente y a diez céntimos hasta hace algunos años. La liquidación y conversión de judías o garbanzos por pesetas se hace al finalizar el juego, cosa que ocurre en invierno a la llegada de los rebaños de ovejas, que cada propietaria ha de encerrar en sus rediles, y durante el resto del año cuando se pone el sol.


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