| SOCIEDAD Y CICLO VITAL EN UNA ALDEA SORIANA: ALCOZAR por Divina Aparicio de Andrés (1987-1979) (publicado en Cuadernos de Etnología Soriana, nº 9, Soria, 2002)
foto cedida por Juan Carlos de Blas de Blas
LA PRIMERA COMUNIÓN
La primera comunión era uno de los mayores acontecimientos de la infancia. Como no existieron nunca guarderías infantiles o colegios maternales, los niños no eran admitidos en las escuelas nacionales hasta la edad de seis años cumplidos. El curso se comenzaba al día siguiente de haber celebrado el sexto cumpleaños, independientemente de que el año escolar acabase de comenzar o estuviera próximo a finalizar. Se suponía que durante un año o año y medio de escolarización los niños debían aprender a leer y escribir correctamente y, por tanto, estar capacitados para aprender el Catecismo, requisito imprescindible para poder recibir la primera comunión. Cada tarde, acabadas las clases, el sacerdote llegaba a la escuela y, tras unir en una misma aula a niños y niñas, se disponía, a base de golpes y bofetadas, a impartir las clases correspondientes a "la doctrina". Colocados los alumnos en circulo y el sacerdote en el centro, comenzaban las torturas. El Catecismo debía aprenderse de memoria, tanto preguntas como respuestas y por el mismo orden en que aparecían en el libro. Cada alumno formulaba una pregunta, siempre siguiendo el orden de aparición en el Catecismo, y el siguiente debía responder a ésta sin titubear y formular la pregunta siguiente y así sucesivamente durante una hora diaria. Cada vez que un alumno no daba la respuesta exacta, es decir, al pie de la letra, o no formulaba la correspondiente pregunta en la forma debida, recibía una sonora bofetada del sacerdote o bien éste hacía caer una vara sobre su cabeza o mano. De esta forma, los escolares pasaban una hora de torturas diaria, no pudiendo escabullirse ya que, de no asistir y no poder justificar su ausencia, al día siguiente el sacerdote les propinaba una paliza capaz de hacer saltar lágrimas hasta de las piedras. De esta suerte, todo escolar que no fuera mentalmente disminuido se hallaba en disposición de recibir la primera comunión a los siete años. Si se tenía algún hermano o hermana de edad similar, se podía retrasar, previo consentimiento por parte del sacerdote, la comunión del primero. De esta forma, ambos hermanos recibirían la comunión el mismo día. Si el sacerdote suponía que no se habían adquirido los conocimientos imprescindibles, comunicaba a la familia del escolar que su vástago era "un perfecto vago", para lo que solía utilizar la frase: "este chico sufre holgazanitis aguda y vaguitis crónica", y que, en consecuencia, no recibiría la primera comunión hasta el año siguiente. Pocos padres, ante esta situación, tuvieron valor suficiente para hacer algún comentario en defensa de su hijo, ya que el cura fue considerado siempre como una autoridad a la que no se podía cuestionar absolutamente nada ni, por supuesto, replicar o contradecir. Generalmente a la paliza del sacerdote se unía la de los padres quienes, tras haber sido advertidos por el párroco de la holgazanería de sus hijos, creían que los juicios que había emitido el cura eran ciertos y que el niño o niña no pensaba más que en jugar o en hacer travesuras y no ponía interés alguno en sus estudios. Pero, indudablemente, lo más doloroso para los padres era el hecho de que, por culpa de sus hijos, fueran objeto de críticas. Siempre fue un motivo de orgullo para los aldeanos el que sus hijos tuvieran buenas notas en la escuela y que fueran considerados por el vecindario como chicos listos y "aplicados". El pensar que un hijo no es suficientemente inteligente es motivo de disgustos familiares y las madres suelen comentar orgullosas las notas de sus hijos cuando creen que éstas son buenas, pero acostumbran a mantener en secreto sus suspensos. Como quiera que ni el sacerdote ni los padres tuvieron en cuenta que la capacidad memorística y la inteligencia son dotes variables en cada persona, y dado que se consideraba como una especie de deshonra o un castigo el que los hijos fueran menos inteligentes que el resto de los niños del barrio, las palizas que se propinaban a los menos dotados podrían calificarse de brutales. Tampoco se consideraban suficientes las pruebas diarias a las que el grupo escolar era sometido. Unos meses antes del mes de mayo, fecha en que se acostumbraban a celebrar las primeras comuniones, el sacerdote impartía clases dobles de "doctrina" dirigidas a aquellos niños que se disponían a recibir la primera comunión aquel año. El grupo debía acudir durante una segunda hora diaria al despacho parroquial donde, tras nuevas bofetadas y palizas, se ampliaban y completaban los conocimientos en materia religiosa que ya se habían adquirido.
Se hacían ensayos sobre cómo llevar a cabo una confesión, una comunión, etc. y una y otra vez se montaba el escenario a fin de que en la misa del día señalado nadie cometiera ni el más ligero fallo ni la menor imprudencia. Además, cada niño debía aprender un verso compuesto por el mismo sacerdote. Estos versos siempre hacían alusión al nombre y apellidos del comulgante y eran recitados en la iglesia tras haber acabado el rezo del rosario. Como ejemplo de estas "poesías" que eran recitadas sin pestañear y, por no recordar más que parcialmente los versos compuestos para algunos de mis compañeros de infancia, transcribo aquel que yo misma hube de recitar el día de mi primera comunión y que, supongo que por miedo al consabido castigo, aprendí tan bien que aún hoy, sin haberlo conservado escrito, puedo recitarlo de memoria. Hacia ti siempre camina, Divina. Huyendo del torpe vicio, Aparicio. Y del mezquino interés, Andrés. De la vida en el revés pide ser favorecida por vos, ¡oh Madre querida! Divina Aparicio Andrés. Ya en la estructura interna de este tipo de versos puede observarse la ideología, los intereses y las preocupaciones de los sacerdotes de aquellos tiempos. Sin embargo, nadie se dedicó a hacer un estudio exhaustivo sobre esta "literatura clerical" hoy totalmente olvidada, y los aldeanos encontraban las "poesías" como algo muy bonito y apropiado para celebrar con solemnidad aquel inolvidable día. No sólo el día de la primera comunión se recitaban estos versos. Todos los años, durante el mes de mayo, cada uno de los escolares debía aprender su poesía y recitarla el día señalado. Generalmente se recitaban dos diariamente: una por parte de un niño y la segunda a cargo de una niña que, con ramos de flores en la mano y moviendo la mano derecha para dar un toque de dramatismo a su declamación, subían al altar y, de cara al público, pasaban un buen rato de nerviosismo. Los trajes para el día de la primera comunión eran adquiridos en San Esteban de Gormaz o en Aranda de Duero, intentando que cada año fueran más lujosos que los del precedente y se adaptasen a las nuevas modas. Aunque, al igual que los trajes de cristianar, éstos solían guardarse para próximas comuniones de hijos, hijas o familiares, siempre se renovaba el misal, rosario, velo y corona para que el conjunto no pareciese desfasado. Las madres procuraban que sus hijos fuesen los mejor vestidos y a este fin existía gran competencia aquellos años en que coincidían dos o más hijos de familias consideradas como económicamente "pudientes". Siempre se esperaba que la calidad de la vestimenta fuera acorde con las posibilidades de la familia. Las criticas en estas ocasiones constituían el orden del día. Si los hijos de las familias "ricas" aparecían con un traje que no parecía suficientemente caro, éstas eran tachadas de "roñosas" y de almacenar el dinero debajo del banco de la cocina. Por el contrario, si se suponía que una familia "pobre" había gastado demasiado dinero, se especulaba con la posibilidad de que en días sucesivos ésta tendría que comer muchas patatas para equilibrar de nuevo su economía o tal vez que se "vería mal" para poder devolver el dinero que se sospechaba había pedido prestado a algún familiar o vecino. En estos últimos casos se utilizaba la frase "es querer y no poder" y se criticaba duramente a la mujer que no buscaba más que "aparentar". La víspera de tan señalado día las mujeres fregaban la iglesia y adornaban los altares con flores. Colocaban reclinatorios cubiertos por sábanas blancas en la nave central, donde debían permanecer arrodillados los comulgantes durante toda la ceremonia. Al día siguiente la madre madrugaba sobremanera para vestir y asear a sus vástagos y, en especial, a aquel que iba a recibir la comunión por primera vez. Las niñas eran mortificadas por el deseo de la madre de rizar su caballo con tenacillas de hierro puestas al fuego o de cubrir su cabeza con canutillos de cartón para hacerles los tirabuzones. Una vez vestido, nadie podía sentarse para evitar llegar a la iglesia con la ropa arrugada. Llegados a la iglesia, las niñas, con sus vestidos blancos, se arrodillaban en los reclinatorios de la derecha, haciéndolo los niños en los de la izquierda. En la procesión a lo largo de todo el pueblo, los comulgantes, junto con el sacerdote, iban detrás de la Virgen del Vallejo, y algunos años se introdujo la moda de que las niñas portasen unas cestillas forradas con papel blanco en las que se recogían pétalos de rosas que eran esparcidos por el suelo a lo largo de la procesión.
También durante algunos años, seguramente como innovación introducida por alguna esposa de médico o alguna maestra, se vistieron un par de niñas con camisones blancos, unas alas de cartón forradas con algodón y una corona dorada sobre su cabeza, simulando, de esta forma, ser los Ángeles de la Guarda. Estos Ángeles se colocaban a cada lado de los comulgantes. Acabada la misa y tras entregar el sacerdote una estampa-recordatorio a los padres en la puerta de la iglesia, los comulgantes, acompañados por sus respectivas familias, recorrían el pueblo entrando en las casas de los tíos y demás parientes para que éstos pudieran contemplar a gusto los trajes. En estos casos los familiares visitados debían entregar alguna moneda a los niños, quienes a cambio les regalaban el clásico recordatorio ("estampa"). Las estampas sólo se hacían imprimir para los hijos de las familias "ricas" o de aquellas que albergaban ciertas pretensiones y, sobre todo las niñas, hacían alarde de sus "estampas" ante aquellas otras que, debido a su situación económica, no disponían de esta clase de recuerdo. Sólo se invitaba a comer a los abuelos, si bien las familias pudientes preparaban una merienda a base de café, algunos dulces y galletas (incluso hubo algún caso muy poco frecuente en que se trajeron pasteles o tarta de Soria capital a tal efecto). A este pequeño ágape nunca faltaban el sacerdote y los maestros, aunque no solía reunirse más de una docena de personas alrededor de la mesa. Como quiera que las familias que disponían estos convites eran numéricamente muy reducidas, nunca surgió problema alguno en lo que se refiere a la asistencia de las autoridades locales, ya que no se dio el caso de que dos comulgantes se vieran agasajados con semejante clase de merienda en el mismo año. En los recordatorios que entregaba el sacerdote se hacía constar el nombre y la fecha de la celebración de la primera comunión. Consistían en estampas con dibujos alusivos al Ángel de la Guarda o a alguna escena bíblica. Estos recordatorios eran enmarcados y se colgaban en la pared sobre la cabecera de la cama del comulgante.
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