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LA VENDIMIA (I)

por María Rosa Morales Pastor 

(publicado parcialmente bajo el título de "Vino y tradición en Alcozar, Soria", en La Semana Vitivinícola, nº 2729, 28-11-1998)

 

 

Bebiendo vino en bota

 

Yo, María Rosa Morales, voy a describir los trabajos de la vendimia tal y como se realizaban allá por el año 1945, y según yo los guardo en mi recuerdo.

Cuando las uvas comenzaban a madurar, el pueblo contrataba un viñadero, que era el encargado de vigilar las viñas e impedir que entrasen en ellas tanto las personas como los animales.

Cuando se suponía que la uva ya estaba en sazón, se reunía una junta y se decidía qué día se iría a ver las viñas. Una vez acordada la fecha, se comunicaba al pueblo mediante pregón del alguacil.

El día señalado para tal menester, a primera hora de la tarde, se tocaba una de las campanas de la iglesia, señal que indicaba que se podía entrar a las viñas cada uno a las suyas y comprobar si las uvas ya estaban listas para la vendimia.

Tras esta primera visita, se decidía el día que comenzaba la vendimia. Y, en esa fecha, se volvía a tocar la campana para informar al pueblo de que se podían empezar los trabajos.

En la vendimia colaboraba toda la familia, incluso las personas mayores y los niños. Cada cual cortaba los racimos con la herramienta de que disponía o era capaz de manejar, así, lo mismo se utilizaban garillos (especie de navajas con la punta curva) cuchillos, navajas o tijeras.

Los racimos de uva se iban depositando en cubos, en latas vacías de escabeche a las que se había colocado un asón, o en cunachos. Y, cuando éstos estaban llenos a rebosar, eran los hombres quienes los transportaban hasta los grandes cestos de mimbre que servían para llevar la uva hasta el lagar.

El transporte hasta los lagares se hacía generalmente en carros, pero aquellas familias que no disponían de éste, lo llevaban en caballerías, colocando un cesto a cada lado del animal y uniendo ambos con unas sogas para que no cayeran por el camino.

 

Pisando la uva

 

En cada uno de los lagares que existían en Alcozar había un arromanador, que era quien se encargaba de pesar la uva que llevaba cada agricultor con el fin de calcular después el vino que le correspondía.

Después de echar la uva en la pila del lagar, ésta era pisada por unos cuantos hombres y después prensada varias veces hasta que no quedaba más que lo que se denominaba "rampojos", que era vendido a cambio de parte del aguardiente que se extraía de ellos.

El mosto iba cayendo desde la pila de prensa a otra más pequeña, de donde se cogía para llenar las pellejas u odres con las que se transportaba hasta las cubas o los cubetes que había -y todavía hoy hay- en las bodegas.

Esta labor la solían realizar los mozos, que aprovechaban sus idas y venidas para lavar la cara con vino a toda la moza que encontrasen por el camino.

Los chicos y chicas, al salir de la escuela, pedían a su madre un buen trozo de pan y se dirigían hacía los lagares para que los hombres se lo mojasen en el mosto. Era una merienda muy especial y esperada la de aquellos días.


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