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LOS CEREALES

por Maximino Pastor Romero (2006)

 

 

moragas (2004)

 

Los principales cereales que se cultivaban en Alcozar eran: trigo, cebada, centeno y avena.

El trigo era el rey porque con éste se hacía la harina y después el pan, que, durante siglos, fue el alimento principal de los alcozareños.

La cebada, que era el primer cereal que se segaba, constituía también el principal alimento para los animales. Se cultivaban dos tipos de cebada: la temprana y la tardía.

El centeno se cultivaba en las peores fincas y terrenos más estériles. Crece con mayor rapidez que los otro cereales y se utilizaba para hacer las moragas, de las que más adelante ampliaré información, y como alimento para los animales.

La avena tuvo menor importancia y en ocasiones, cuando apremiaba llevar a cabo la recolección lo antes posible para evitar algún pedrisco que diera al traste con una cosecha de la que dependía la supervivencia de la familia y a la que se habían dedicado innumerables jornadas de trabajo, no se esperaba a que acabase de madurar y se segaba y acarreaba tal y como estuviera.

La siega comenzaba en julio y previamente se preparaba todo lo necesario para llevarla a cabo.

La hoz era una herramienta dentada, de acero y en semicírculo terminado en punta y con un mango o empuñadura de madera. Se afilaba una vez al año antes de comenzar la recolección y ese afilado duraba toda la temporada.

Cuando yo era joven recuerdo que de la tarea del afilado se ocupaba un señor que se llamaba José Gallego. Era un afilador eficaz y un personaje amable y simpático, y buena prueba de ello es que la inmensa mayoría de los alcozareños esperaban cada año a este afilador para que pusiera a punto sus hoces.

La zoqueta estaba hecha de madera y era similar a una manopla terminada en punta. Se metían tres dedos de la mano izquierda (meñique, anular y corazón) en su concavidad interior y quedaban fuera el índice y el pulgar para formar una especie de llave que permitía coger la mies que con la otra mano se iba acercando hasta la hoz y se cortaba. De este modo, la zoqueta evitaba los posibles roces o cortes que pudieran producirse por las prisas o descuidos. En la parte posterior tenía dos pequeños orificios por los que se introducía un hiladillo que luego se sujetaba a la muñeca dando algunas vueltas hasta que quedaba bien ajustada y sujeta a la mano del segador o segadora.

Cuando la mies segada ocupaba la mano del segador o segadora, se cogía una brizna de la misma y se daba una vuelta al manojo para así poder seguir segando y aumentar la manada antes de depositarla sobre el atadero o vencejo.

Con varias manadas se formaba una gavilla. Unas cuantas gavillas conformaban el haz que, una vez atado, se amontonaba en un extremo de la finca en lo que se denominaba mostela.

Estas mostelas se colocaban de tal forma que quedasen cerca de los caminos para facilitar así que posteriormente fueran cargados los haces en los carros y acarreados hasta las eras para la trilla. Por último, los haces eran descargados en las eras y se volvían a apilar o hacinar en lo que se denominaba hacina y que se asemejaba a una pirámide.

Las moragas se confeccionaban con centeno y se guardaban de un año para el siguiente. Se hacía un manojo, se igualaba el cereal y, cogiéndolo por las espigas que más sobresalían, se agitaba  al aire. De esta manera la moraga quedaba formada por las plantas más largas, mientras que las más cortas caían al suelo y se trillaban más tarde. Ya igualados los manojos, se sacaba el bálago golpeando las espigas contra un banco de madera para que cayese el grano y se iban agrupando para formar la moraga que, una vez lista, se ataba por la parte de las espigas vacías con un vencejo.

Antes de comenzar la recolección había que mojar bien las moragas para que la paja quedase bien correosa y no se partiera al ir a hacer los ataderos o vencejos. Se solían llevar al río Duero, a algún arroyo, o al canal y se dejaban sumergidas en el agua hasta que se consideraba que estaban a punto.

Para hacer los vencejos se cogían dos manojos pequeños de la moraga, se encaraban por la parte de la espiga y se ataban haciendo un nudo de tipo lazada. Se preparaban cada día antes de comenzar a segar o bien algún segador o segadora los iba haciendo mientras los demás iban segando la mies. Estos vencejos se colocaban extendidos por los surcos y con ellos se ataban los haces.

 

hoces (2004)

 

Durante el tiempo que duraba la recolección se trataba de aprovechar el tiempo al máximo, así que se salía de casa de noche para llegar a la finca al despuntar el sol. En la siega se empleaban todos los brazos útiles de los que dispusiera la familia, así que, todavía no nos había salido pelusilla en el bigote cuando ya sabíamos manejar con cierta destreza hoz y zoqueta tras algún pequeño percance. También las personas mayores iban al tajo si no estaban impedidas, ayudando cada cual en la medida de sus posibilidades que, en ocasiones, no iban más allá de atar los vencejos o repartirlos por los surcos, labor que en esa época era necesaria y apreciada.

La cebada era lo primero que se secaba y, tal eran nuestro deseo de comenzar la siega, que a veces empezábamos a segar una finca en la que el cereal sólo había madurado en una parte y todavía verdeaba por otras. Recogíamos la mies madura y volvíamos a esa parcela unos días más tarde para rematar la faena y segar el resto.

Llegados a la finca a segar, se buscaba algún árbol o arbusto cercano,  y a sus pies y a la sombra se dejaba la ropa de la que nos despojábamos para comenzar la faena, y se tapaba la moraga con una manta de campo para que permaneciera húmeda y la botija de agua y la bota de vino para que se mantuvieran todo lo frescas que aquellas altas temperaturas veraniegas permitieran. Si no se encontraba ninguna sombra en las cercanías, siempre quedaba el recurso de improvisar una especie de cabaña con los primeros haces segados para proteger del sol aquellas preciadas pertenencias.

A pesar del agotador trabajo, la época de la siega no dejaba de ser aquella fiesta que nos permitiría seguir comiendo durante el año siguiente. De modo que, tras la larga jornada de labor, los segadores regresaban a casa montados en sus animales silbando y cantando y sin pensar que tras escasas horas de sueño reparador deberían comenzar de nuevo otra larga jornada.

Todavía hoy, en el año 2006, un par de alcozareños siguen recogiendo sus cereales a la antigua usanza, aunque las modernas cosechadoras con aire acondicionado, reproductores de música y teléfono móvil son las actuales hoces y trillos que cualquier visitante puede ver en Alcozar durante el verano.

Para terminar, yo desearía que se volvieran a utilizar esas hoces para cortar los cenizos y otras malas hierbas y se suprimiese el empleo de esos herbicidas que no dejan de contaminar el aire, la tierra, el agua... y todo lo que encuentran en su camino.


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