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A ESCONDERSE y A ATRAPAR

 

 

 


 

  El escondelerite

 por Catalina Aparicio Pastor (1995)

 

 

En Alcozar recibía el nombre de "escondelerite" el juego que se conoce generalmente como escondite.

Lo jugaban los chicos y chicas de la escuela cuando salían al recreo.  También se jugaba en las noches de luna llena del otoño. Se aprovechaban esas noches porque la iluminación en Alcozar era muy escasa: apenas unas cuantas bombillas que colgaban en las esquinas de las calles y que alumbraban unos pocos metros a su alrededor.

Se reunía todo el grupo de jugadores y se echaba a suerte para ver a quién le tocaba ponerse contra la pared, contar y después intentar descubrir a sus compañeros.

Este sorteo se podía hacer por varios métodos, pero el más adecuado era el que consistía en colocarse todos los jugadores en corro. Uno de ellos se colocaba en medio y todos cantaban:

Al escondelerite, lerite, lerón:

tres gallinas y un capón.

El capón se puso malo,

la gallina se escondió.

Tuturutú, que te salgas tú

por la puerta más azul.

Cinta morada,

color de manzana;

manzana podrida,

entrada y salida.

El chico o chica que dirigía el sorteo iba señalando a cada uno de los jugadores mientras duraba la canción, y, al llegar al final, es decir, a la palabra "salida", aquel a quien indicaba en aquel momento era el que debía colocarse de cara a la pared y empezar a contar mientras el resto se escondía.

Otras veces se empleaba este mismo sistema de sorteo, pero se iban eliminando uno a uno los jugadores que coincidían con el final de la canción, "parándola" el último que quedará sin excluir.

Este chico, colocado de cara a una pared como ya se ha indicado, comenzaba a contar: uno, dos, tres... hasta el número que se hubiera determinado de antemano y, a continuación, decía: "¡allá voy!, el que no se haya escondido, tiempo y lugar ha tenido". Acto seguido salía en busca del resto del grupo, que se escondía tras cualquier rincón, carro o parapeto que considerase apropiado para este fin.

Si el que había contado veía a otro -bien porque en aquel momento se desplazaba de un escondite a otro o bien porque se asomase para observar si estaba despejado el camino- corría hacia la pared y decía el nombre del chico o chica a quien había descubierto, quedando este último eliminado del juego inmediatamente.

El que contaba no debía retirarse mucho de la pared, pues entonces corría el riesgo de que alguno de los jugadores llegara a ésta y dando tres golpes con la mano dijera: "uno, dos y tres; por mi y mis compañeros", en cuyo caso no sólo se salvaba él, sino que "redimía" a todos los que en aquel momento se hallaran todavía escondidos.

El juego se repetía una y otra vez hasta que se acababa el recreo o salían las madres dando gritos y obligando a los niños a acudir a casa para la cena.

 


  El bote volero

por Andrés García Madrid (1995)

 

Al bote volero se jugaba también en grupo, pero podían hacerlo los chicos y las chicas juntos.

Se reunía el grupo de jugadores. Se colocaba un bote en medio de la calle o en la Plaza. Se echaba a suertes para ver quién tenía que "pararla", es decir el que debía contar, por ejemplo, hasta cincuenta, para dar tiempo a que los demás se escondieran.

Cuando acababa de contar, iba a buscar a los que se habían escondido y, cuando veía a uno, decía: "bote...(y a continuación el nombre del chico o chica al que había descubierto)".

El que había sido visto salía corriendo de su escondite para intentar llegar hasta el bote antes que el otro. Si el que la "paraba" cogía al que corría antes de llegar al bote, éste debía retirarse del juego y esperar acontecimientos.

Si el que corría, conseguía llegar al bote sin tropiezo, le daba una patada y decía: "bote y salvo a mis compañeros", con lo que ya podían salir los demás de su escondrijo, quedaban salvados los que habían sido capturados durante la carrera y empezaba de nuevo el juego.

 


  Tres navíos

por Milagros Morales del Hoyo (1995)

 

A este juego también podían jugar todos los chicos y chicas que quisieran, pero era preferible que no fuera un grupo muy numeroso, porque se armaba mucho jaleo y entonces se descubría enseguida dónde se habían escondido.

Suponiendo que el grupo de chicos fuera de ocho, cuatro de ellos se escondían y los otros cuatro iban a buscarlos.

Una vez el un grupo se había escondido bien, gritaba:

"Tres navíos van por el mar"

y el otro grupo respondía:

"Y otros tres en busca van"

Se intentaba localizar por el habla[1] a los que estaban escondidos y, si se conseguía, se volvían las tornas, es decir, que a los que se habían escondido les tocaba buscar y los otros tenían que esconderse. Ahora que, cuando yo era chica, nos escondíamos tan bien que se tardaba un buen rato en encontrarnos.


[1] Por el lugar de donde provenían las voces.


  La cadena rota

por José Romero Riaguas (2006)

 

 

A la cadena rota se jugaba en La Plaza y los jugadores no podían salir de ella; si lo hacían, quedaban eliminados.

Lo más normal es que jugásemos chicos con chicos o chicas con chicas, pero a veces jugábamos todos juntos.

Se marcaba un lugar dentro del recinto de juego, que se denominaba la casa y que representaba un refugio dentro del cual no se podía pillar.

Para comenzar, se echaba a suertes para decidir quién saldría el primero. Ese primero tenía que atrapar a otro, se agarraban los dos de la mano y juntos corrían a coger a los demás chicos. Conforme iban tocando a otros, se iba formando una cadena cada vez mayor, que continuaba persiguiendo a los demás.

Sólo los chicos de los dos extremos de la cadena tenían una mano libre cada uno para tocar y capturar a otros chicos.

Los perseguidos corrían por todo el espacio permitido y podían librarse de la persecución pasando entre los chicos que formaban la cadena, o forcejeando y rompiéndola. Esto sólo lo hacían los más atrevidos y los que corrían mucho, pues se arriesgaban a ser capturados al intentarlo.

Si conseguían romperla, todos los chicos que habían formado la cadena tenían que correr a refugiarse en la casa. Hasta conseguirlo, los chicos no tocados todavía iban tras ellos dándoles palmadas en la espalda o golpes con las bufandas y tapabocas si era invierno.

Cuando la cadena estaba formada por bastantes chicos, era fácil que, al correr, unos tirasen para un lado y otros para el otro, llegando a separarse o, según el propio nombre del juego indica, rompiéndose la cadena y, como en el caso anterior, tenían que correr y ponerse a salvo de los golpes llegando lo antes posible a la casa o refugio.

El juego terminaba cuando todos los niños habían sido tocados y formaban parte de la cadena. Y ganaba el último en ser atrapado.


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