| EL HINQUE por José Romero Riaguas (2016)
jugando al hinque Nosotros, de chicos, no teníamos juguetes. Ni siquiera los recibíamos por nuestro cumpleaños o el día de los Reyes. Esa falta, eso sí, la suplíamos con grandes dosis de ingenio y adquiriendo habilidades para fabricarlos nosotros mismos con cualquier material que pudiera reciclarse. Valía todo: hierro, madera, calderetas rotas… Hacíamos los hinques con estacas de madera o simples palos rectos a los que sacábamos punta por uno de los extremos y redondeábamos el otro para que hiciera de empuñadura y se pudiera manejar mejor. Buscábamos un terreno blando o que tuviera alguna hierba. Las eras o las “harrenes” (herrenes) eran un buen lugar para practicar este juego, que, dicho sea de paso, era exclusivamente masculino. En aquellos tiempos la mayor parte de los juegos estaban divididos por sexos y edades. Se reunía el grupo de chicos que participarían en el juego, marcaban una línea y, desde un punto determinado (el mismo para todos) tiraban el hinque lo más lejos posible de la raya para establecer el orden de intervención. El primer jugador era el que había conseguido lanzar su hinque más lejos de la línea y el último el que lo había dejado más cerca. El primer jugador clavaba su hinque en la tierra lo más profundo que sus fuerzas y destreza se lo permitieran. Seguidamente tiraba el segundo, que debía de recurrir a toda su puntería para clavar su hinque tan cerca del primero que consiguiera desclavarlo. Quedaba descalificado este segundo jugador, aunque consiguiera desclavar el hinque del primero, si el suyo rebotaba y quedaba caído sin hundirse en la tierra. A veces había que nombrar “un tribunal” para dilucidar si la jugada se daba por válida o no, pues el hinque podía quedar “tambaleteándose”, es decir, mal clavado en el suelo y a punto de salirse de la tierra. Del mismo modo iban siguiendo su turno y tirando el resto de los jugadores. Si después de la última tirada habían quedado, por ejemplo, cinco hinques clavados, cada chico recogía el suyo y se iba tirando por orden hasta ir eliminando los palos cuyas puntas no hubieran quedado bien hundidas en la tierra, y ganaba el chico cuyo hinque quedase clavado tras eliminar a todos los demás.
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