| LAS PRENDAS
jugando a las prendas (1979)
por M. Cruz Hernando Lamata (1995)
El denominado Antón Pirulero era un juego de pagar prendas. Este juego lo practicaban juntos chicos y chicas, sobre todo durante las tardes de los domingos y fiestas de guardar en la época que hacía buen tiempo. Se colocaban todos los jugadores en corro, sentados en el suelo, y cada uno de ellos elegía un oficio; por ejemplo: el uno segador, la otra costurera, el siguiente barbero, la que iba a continuación planchadora, etc. etc. Uno de los chicos o chicas hacía las veces de director del juego. Todo el grupo comenzaba a cantar: Antón, Antón, Antón pirulero; cada cual, cada cual, atienda a su juego; Hasta ese momento todos coreaban la canción acompañándola con palmas. Cuando se llegaba al "atienda su juego" cada cual tenía que reproducir mediante mímica el oficio que había elegido. Si no lo hacía a su debido tiempo, el chico o chica que hacían de director, que estaba al tanto de cuanto sucedía en el corro, le hacía pagar una prenda.
jugando a las prendas (1979)
La canción continuaba como sigue: y el que no lo atienda, pagará una prenda. En este momento se dejaba de representar el oficio y se volvía a comenzar la canción acompañada de palmas. Los jugadores se iban retirando del juego cuando habían acumulado tres prendas. Cuando todos habían sido eliminados se procedía a imponer un castigo para recuperar cada una de las prendas. Quien había hecho de director recogía todas las prendas y mandaba a uno de los jugadores que se escondiera en un lugar desde donde no las pudiera ver. A continuación, cogiendo una de las prendas preguntaba a gritos al chico que se había escondido: "esta prenda qué tiene que hacer". Y el otro respondía aquello que se le ocurría en aquel momento. Por ejemplo: ir a dar las buenas noches a casa de la señora Margarita (última de las viviendas del pueblo); o bailar, o cantar, o pedir un trago de vino a alguien que bajase de la bodega con la bota o el jarro; o enseñar las enaguas delante de los chicos, etc. etc. Generalmente se ocupaba de la función de indicar el tipo de castigo aquel chico o chica que se considerase más ocurrente, es decir, aquel al que se le podían ocurrir ideas más originales o atrevidas.
Por aquella cuesta arriba por Catalina Aparicio Pastor (2016) Juego de prendas en el que pierde el jugador que no está atento para intervenir cuando le llega su turno; si se ríe, o si equivoca el género al dirigirse al jugador que le formula la pregunta. Se juega en círculo pasando de uno en uno la pregunta y la respuesta.
—Por aquella cuesta arriba va un famoso cazador que por nombre le llamaban Miguel Antón. —¿Miguel Antón, señora? —Miguel Antón, señor. —Tenía un famoso perro que por nombre le llamaban Memeo. —¿Memeo, señor? —Memeo, señor. —Y tenía un famoso gato que por nombre se llamaba Mecago. —¿Mecago, señora? — Mecago, señor.
Aquí te entrego esta aguja por Elena Aparicio de Andrés (2016) Los jugadores se colocaban en círculo. Se cogía una aguja bastante gorda y el jugador que comenzaba decía, por ejemplo, con los dientes apretados, o riendo o simulando llorar, etc.
Encendida te la doy por Catalina Aparicio Pastor (2016) En Alcozar, si hacía buen tiempo, se vivía y se jugaba en la calle. De niñas jugábamos en la puerta de casa, en nuestra calle o en la Plaza cuando salíamos al recreo. De chicas, los domingos paseábamos por los huertos o por los altos y nos alejábamos un poco del pueblo para dar lugar a que se formasen grupos mixtos, a las bromas de los chicos, que, como mandaban los cánones, salían del pueblo en grupo separado, pero pronto se reunían con las chicas de su pandilla. Las pandillas, por lo general, estaban formadas por chicos o chicas de la misma edad. Y luego, en la pandilla mixta, es decir, cuando se juntaban ambos sexos, los chicos solían ser un año mayores que las chicas. Como digo, se jugaba en la calle, pero no siempre. Llegado el Día de Todos los Santos comenzaba a nevar y helar y bajaban tanto las temperaturas que los juegos en la calle se reducían a la hora del recreo escolar. Cada domingo o fiesta de guardar la cuadrilla se reunía en casa de una chica. La madre de turno nos ponía un brasero en el cuarto y jugábamos a las cartas, al parchís, a la oca y sobre todo a las prendas; mientras que los chicos, a los que no sólo no se les permitía compartir los juegos, sino que ni siquiera podían entrar en la casa, pasaban el tiempo espiando por las ventanas y haciendo gamberradas para llamar la atención. El siguiente juego de prendas era muy divertido, aunque no siempre se podían gastar cerillas al buen tuntún.
Como siempre, se elegía uno de los múltiples sistemas de sorteo para acordar qué chica encendía la primera cerilla. Con la cerilla en la mano y lo más rápido que pudiera sin equivocarse decía: Encendida te la doy, si apagada me la das, prenda pagarás. Y pasaba cuanto antes la cerilla a la compañera que tenía a su derecha. Ésta la recogía presta, repetía la retahíla y daba la cerilla a la siguiente y así sucesivamente hasta que llegaba un momento en el que era imposible recoger la cerilla porque te quemabas los dedos o bien por querer pasarla a toda prisa cometías algún fallo y no decías lo que se había de decir. Entonces pagabas prenda. Generalmente se permitía pagar hasta tres prendas y luego quedabas eliminada, teniendo que abandonar el juego hasta que no quedaba más que una jugadora. Era el momento de imponer los castigos para recuperar las prendas. Pero de eso hablaremos cuando llegue el momento.
De la Habana ha venido un barco por Catalina Aparicio Pastor (2017) Se colocaban los niños sentados en círculo y uno de ellos dirigía el juego y comenzaba diciendo: De la Habana ha venido un barco cargado de peras (el nombre de una fruta, por ejemplo). A continuación, el resto de los jugadores intervenía por orden diciendo: De la Habana ha venido un barco cargado de naranjas, por ejemplo. Perdía y pagaba prenda el jugador que no intervenía inmediatamente cuando le tocaba el turno, el que aludía a algo que no se considerase una fruta o el que repetía un nombre ya dicho con anterioridad. A veces, en vez de seguir el orden por el que estaban colocados los jugadores, el que dirigía el juego cogía un canto o algo pequeño y se lo tiraba a cualquiera de los niños, que era el que tenía que recoger el canto al vuelo, decir el nombre de una fruta (por ejemplo) y lanzar el canto a otro para que lo cogiera y continuara con el juego.
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